La Península de Challapata, el rincón encantado del Titicaca
Imagen: álvaro valero
Imagen: álvaro valero
El cantón del municipio de Escoma se abre al turismo con atractivos naturales, espirituales, gastronómicos y una vivencia con su cultura
Encima de una alfombra de totora han acomodado un aguayo de colores intensos que guarece un apthapi tradicional. El almuerzo para despedir el recorrido tiene ese encanto, como toda la ruta en un rincón encantado de Escoma, a orillas del lago Titicaca.
El municipio de Escoma —160 kilómetros al norte de la ciudad de La Paz— está en un lugar privilegiado, cerca del territorio peruano y a orillas del lago Titicaca. No sólo eso. El cantón Península de Challapata cuenta con atractivos arqueológicos, culturales y naturales que hacen que este territorio sea un lugar ineludible de visita.
Conscientes de esas fortalezas, un grupo de pobladores de las comunidades Challapata Grande, Challapata Belén, Sacuco y Sañuta formaron la Asociación de Turismo Comunitario de la Península de Challapata (ASTUCOPECHA), con el objetivo de mostrar todos esos atractivos no sólo a los bolivianos, sino también a los extranjeros, en un tour que denominaron El Ajayu del Lago Sagrado.
Congreso de aves
Inmediatamente después de las cuatro horas de viaje desde la sede de gobierno, el grupo de visitantes camina por las orillas del Titicaca para contemplar un encuentro de varias especies de aves que descansan en este lugar apartado de la contaminación y de los humanos.
Durante la caminata, Miguel Macuchapi —agrónomo que decidió apostar por el turismo— cuenta que ese espacio estaba anegado de agua y que era un límite natural entre los campos de pastoreo y esta parte del río Suches, que nace en el territorio peruano y que desemboca en la parte boliviana del lago.
Hay que hablar en voz baja y avanzar lentamente para no asustar a algunas de las 26 especies de aves que habitan en este sector. El lugar es como un paraíso, pues se puede apreciar bandadas de pariguanas, wallatas, chocas, uncallas, playeros, lequechos, junqueros, tiki tikis, gaviotas y golondrinas. “La primera vez que vine, en un paseo de hora y media hemos identificado 24 especies de aves nativas. Hay una endémica del lago Titicaca, el zambullidor”, cuenta Reynaldo San Martín, quien se dedica a la fotografía de la naturaleza y que es asiduo visitante del lugar.
Según Miguel, la mejor hora para caminar por ese edén es el atardecer, cuando todas las especies se reúnen en esta desembocadura del río Suches y trinan de manera acompasada, como si fuera una asamblea de aves.
La magia del lago
Víctor Laguna es ingeniero agrónomo y ecologista que trabajó varios años en reservas naturales. Cuando se jubiló, retornó a su comunidad y notó que había varios atractivos que pueden interesar a los turistas. Fue así como, en 2015, él y otras personas crearon Astucopecha, con algunas ideas, pero nada concreto para hacer un proyecto perdurable. “Se creó en el Año Nuevo Andino Amazónico, con varios hermanos que vieron la necesidad de agruparse y generar alternativas de desarrollo en el lugar”, dice Miguel.
La pandemia por el coronavirus fue un escollo y, a la vez, una oportunidad, ya que obligó a cancelar el proyecto turístico. No obstante, cuando pasó la emergencia médica, vieron en el turismo una manera para lograr ingresos económicos.
El Observatorio Boliviano para la Industria Turística Sostenible (Orbita) —con el apoyo del Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo (IDCR) de Canadá— inició un proyecto en el que encontró 139 emprendimientos de turismo comunitario en el país, de los que siete cuentan con las condiciones para operar. De esa cantidad, la ONG eligió a Astucopecha para llevar a cabo un plan completo de turismo comunitario.
“Se les ha dado capacitación técnica y se fortalecieron sus productos para diseñar un servicio de clase mundial y cambiar la vocación de estos territorios, que ahora son agrícolas, para que generen recursos a través de la venta de servicios turísticos”, dice Andrés Aramayo, gerente de Orbita.
Al respecto, Melvy Plata, integrante de Orbita, asegura que se trabajó con los pobladores en el desarrollo de una oferta turística enfocada en la innovación, sostenibilidad, calidad y en marketing con el fin de atraer visitantes. “Queremos demostrar que es posible desarrollar otra forma de desarrollo, sin tirar mercurio al agua, sin quemar el bosque y sin entrar a áreas protegidas”, sostiene Aramayo.
La playa encantada
Don Víctor dice que se creía que la playa estaba embrujada y que no recomendaban que la gente vaya sola. Con los años comenzaron a llegar muchos visitantes a esa ribera, no sólo para refrescarse, sino también para aliviar sus dolencias.
Todos descalzos sobre una arena fina y caliente, al entrar en el agua cristalina y ófrica se pasaba por un cambio brusco de temperatura. “Al hacer la transición entre frío, caliente, arena y agua, todo ello ayuda al cuerpo”, explica Miguel. Así descubrieron que el cambio de temperatura ayuda a aliviar los dolores de reumatismo y artritis. Para ello, algunas personas incluso se entierran en la arena para relajar el cuerpo. Es una sensación muy agradable.
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“La mayor parte de nuestras tradiciones está extinguiendo y es bueno recordar a nuestros ancestros”, afirma Luis Chipana Mullisaca, un adolescente que junto a su madre Agustina recibe a los visitantes en su casa de artesanías en lana.
Para que no se pierdan en el olvido su cultura y sus tradiciones, doña Agustina muestra la transformación de la lana de auquénido en hilo, que luego tiñe y después teje de manera artesanal para obtener un poncho, una manta, un phullu (frazada), un lluch’u o un monedero.
Para que la experiencia sea completa, la artesana elige a seis personas con el fin de que se vistan como una pareja de central agrario, otra de secretario general —autoridades en el área altiplánica— y dos novios. Luis explica el significado de los animales que están tejidos en los ponchos y su correspondencia con el nivel de autoridad originaria.
Para terminar la ajetreada y productiva jornada, Miguel reúne a todos en una habitación llena de totora fresca, para que cada uno teja los tallos y forme una llama, que después acompañará a los turistas como un recuerdo de sábado por la noche.
Una isla de energía
En 45 minutos de viaje, al día siguiente, la lancha atraviesa por momentos oleajes altos, en medio de un lago de azul intenso, con el acompañamiento de algunas aves. Es un presagio para otras sensaciones que se vivirán en la isla Campanario.
Como consecuencia de la sequía, el descenso del nivel del agua se nota claramente en la isla. Por ello se hace complicado atracar la lancha, por lo que algunos comunarios se introducen en el agua para jalar la embarcación. Con mucho esfuerzo, logran su cometido.
La isla tiene dos cerros, uno con forma de campana, por lo que la gente bautizó el lugar como Campanario. El otro cerro es considerado como un centro de energía, donde se puede alcanzar la paz espiritual. Para conseguir ese objetivo hay que ascender desde los 3.820 metros sobre el nivel del mar —donde está el lago— hasta los 3.880, a través de innumerables plantas medicinales y frutas silvestres, y de un hermoso bosque de queñuas.
En la cima hay un lugar exclusivo para hacer ofrendas a la Pachamama y muchas plantas de colores intensos. En una de las laderas, Miguel invita a los visitantes a que se acomoden donde se sientan mejor.
Con todos en silencio y con los ojos cerrados, el viento tibio se siente en el rostro, el sonido de las olas que chocan con las piedras de las playas se oyen con más claridad y el cuerpo empieza a relajarse. Miguel tiene razón. Es un centro de energía.
Con nuevos bríos, la delegación baja hasta la mitad del cerro, donde la organización ha acomodado una alfombra de totora. Encima hay un aguayo multicolor, que guarece papa khati, chuño, haba cocida, queso y plátano frito, kispiña, oca, choclo y asado, como el final de un territorio bendecido por naturaleza, historia y culturas encantadas.
Texto: Marco Fernández
Fotos: Álvaro Valero