El sinuoso camino del vinilo en Bolivia
El boom del vinilo en el mundo tuvo su impacto en Bolivia, donde ha surgido un mercado, si bien todavía pequeño, para los amantes de este formado.
Hace unas semanas hubo un conversatorio entre promotores de la producción de música en Bolivia en el programa La Comunidad del Vinilo, con énfasis en la hecha en formato vinilo, cuyas exposiciones motivan a reflexionar sobre cómo se desarrolló en un periodo el mercado de la música y sus perspectivas en la actualidad.
No es novedad que el vinilo es el formato de moda, cuya segunda vida está en plena vigencia, dejando de ser aquel artículo que acurruca solo lo antiguo. Así, muchos artistas de la nueva camada del pop fueron producidos en este, como Harry Styles, Adele, Taylor Swift, Maluma, Rosalía y Bad Bunny. Por otra parte, al margen de ese abanico de música a nivel mundial, también se comprobó que existe una interesante demanda de consumidores dispuestos a comprar discos de vinilo de músicos de estos lares, y no solo de trabajos actuales, siendo de importancia los hechos en añejos años.
Como preámbulo, la fonografía en Bolivia articuló una oferta destacable desde antes de la invención del microsurco (1948), sin embargo, tuvo relevancia tras la creación de la nueva forma de grabación. Así empezó la era de colosos nacionales como Méndez, Discolandia, Heriba Ltda., Lauro & Cía, Campo, Cóndor y Santa Fe Records; y por supuesto, de otras de menor tamaño que también fueron parte de este mercado. La suma de las partes alberga un excepcional catálogo nacional e internacional, destacando en lo boliviano la música criolla, la vernácula, el pop, la cumbia y en alguna medida el rock; y en lo global, los registros de las grandes discográficas.
No obstante, “el caso de la música en Bolivia es, sin duda, uno de paradojas. A pesar de la gran diversidad y riqueza que la caracteriza, producto de la fusión de las diversas expresiones artísticas prehispánicas presentes en su territorio con la música procedente de Europa durante la colonia y la continua evolución de la música hecha en Bolivia tras la independencia y hasta la actualidad, con valiosas influencias regionales y mundiales; la percepción general es que la industria musical boliviana es incipiente y sufre de grandes carencias”, expuso Bernardo X. Fernández en Música para el desarrollo sostenible: el caso de Bolivia.
Pese a ese patrimonio sonoro de importancia, el revival del vinilo en este siglo desnudó una serie de falencias en el pasado cercano de algunas producciones, en particular en las décadas de los años 70, 80 y en el ocaso de esa primera vida del vinilo, la de los 90, y permite presumir que esto determinó el presente de la industria local, al margen de los cambios tecnológicos, la aparición del CD, el MP3 y la piratería, que afectaron sin excepción a nivel planetario a la industria.
Es conveniente señalar particularidades de este periodo que tienen que ver con la falta de interés (¿importancia?) de la contraparte empresarial para seleccionar el capital humano especializado en algunas producciones nacionales, siendo notoria la falta de evaluación en la postgrabación: afinación instrumental, vocalización y demás; vale decir, el trabajo de producción, comentario de perogrullo en algunos exponentes que grabaron en ese tiempo, existiendo profesionales de la talla de Lucindo Gómez —quien trabajo con Wara, Aymara y otros— e Iván Barrientos, productor de muchas obras de Kjarkas y demás destacados, quien restauró trabajos de relevancia para nuestra cultura, por señalar algunos, como el de Alfredo Domínguez, 40 años de Rock en Bolivia, la obra completa de Climax o Los tres pilares del jazz en Bolivia.
Por otra parte, en la misma época, la presentación de los productos era una indudable falencia en producciones nacionales e internacionales, con carátulas de regular elaboración, uso de material reciclado y fotomecánica deficiente. En la internacional se halla con frecuencia ediciones mutiladas, aplicación del efecto fade; se presume, por el uso de copias “muestra” luego reproducidas en serie, sin autorización.
En cuanto a tecnología había evidente rezago, es posible por los elevados costes que significaba entonces; el uso de cuatro canales común hasta casi la mitad de la década del 70 cuando en el mundo el uso cotidiano era de 8 y 16 canales, además de espacios físicos reducidos, comparando con la cita de Bondo (Billy Bond) en el documental Rompan Todo, salvando las distancias de mercado de ambos países: “mientras en Buenos Aires, Argentina, en 1972 había una manzana instalada para grabaciones del emporio RCA Víctor”.
La contabilidad, ingresos y egresos, es una incógnita, así como la ausencia de estadísticas en la producción fonográfica nacional y el tiraje y número de ediciones reportadas por privados a las instituciones competentes, que se traduce en evidente debilidad institucional.
La institucionalidad del Estado pareciera promoviera en el rubro “el dejad hacer, dejad pasar” (Laissez faire) y la falta de interés por el patrimonio sonoro. Se desconoce la existencia de un repositorio que preserve la memoria grabada, siendo excepciones los esfuerzos privados de salva guarda, por ejemplo, la fonoteca del Espacio Simón I. Patiño y algunas colecciones particulares.
En materia económica, como señala Bernardo X. Fernández en Música para el desarrollo sostenible: el caso de Bolivia, “Las estadísticas oficiales no ofrecen datos específicos de la industria musical” dentro de las cuentas nacionales para el cálculo del Producto Interno Bruto (PIB). El desempeño de dicho sector se encuentra reflejado en la subcuenta “Otros servicios”, donde se incluyen actividades de restaurantes y hoteles y los servicios comunales, educativos, sociales, personales y domésticos.
Epílogo de la primera vida del vinilo
En este escenario poco halagüeño llegó 1997, año que la industria produce en vinilo títulos como el de La tropa Vallenata, Los caminos de la vida, en Lauro Records (BO/LIL 30.181), Alegrísimo Vol. 23, de Heriba Ltda, (LPH 5470) o del grupo Four Star, en Discolandia (Lyra – SLPE-3498, noviembre de 1997) (Discogs data).
Luego de esto, la maquinaria fue archivada y expuesta al óxido, siendo el personal especializado convocado a la jubilación, emitiendo “el falso” certificado de defunción al vinilo, situación similar en toda la industria del mundo, incluso años antes.
Y llegó una segunda oportunidad. En Bolivia se vivió el ascenso de precios de discos de vinilo desde 2007, y en 2012 la relevancia de los grupos de venta en la red social Dacebook como medio de intermediación, en ausencia de las tiendas físicas, por el cada vez mayor consumo de discos firts pressing (primeras ediciones) tanto importados como ediciones nacionales, cuyos precios de los últimos, su ascenso, fue más rápido y cuya explicación se resume en dos condiciones: la mayor demanda y menor oferta, por ser bienes escasos, consecuencia de la impronta de encontrar “el eslabón perdido” del rock local y el efecto imitación de consumo.
La alicaída oferta local conocía del inusual revival; por ejemplo, la empresa Discolandia en 2015 habría identificado los activos o capital fijo en su posesión para la eventual producción, empero, encontraron acciones ex ante que hicieran revisar la intención: recursos humanos capacitados que manipulen y pongan en funcionamiento y/o reparen las prensas en posesión, muchos de ellos fallecidos; la evaluación económica financiera y de proyecto, del tamaño del mercado y de insumos (PVC, papelería, cartón, publicidad, etc,), y la rentabilidad, siendo razones suficientes para dejar la idea de reactivar el negocio vinilero.
Por lo tanto, sacando provecho de la alta demanda por prensadoras de vinilo en el mundo, optaron por la venta de las máquinas en su posesión, dejando sin efecto cualquier posibilidad de reeditar material del catálogo de la empresa en vinilo. Por esta razón Discolandia habría concedido los derechos de explotación de su catálogo vía streaming a la multinacional The Orchard Music.
Tras la pandemia
Tuvo que ocurrir una situación inusual que expandió el mercado del vinilo a nivel global, la pandemia de COVID 19. Millones de consumidores en situación de restricción de movilidad que solo disponían de la compra en línea optaron por encontrar en el vinilo un compañero en los meses de encierro. Esta situación se replicó también en el país.
Las tiendas de discos en Bolivia tuvieron su “primer aire” en la virtualidad entre 2013 y 2019; siendo una pionera Metal Manía (Cochabamba), Rockmanía (La Paz) y luego Black Diamond (La Paz), que abrió poco antes de 2020. Sin embargo, la segunda ola fue determinante y gatillada por la etapa de encierro: mientras más se flexibilizaron las medidas de seguridad para los individuos fue más evidente la necesidad de recurrir a estos espacios de encuentro físico, donde hallaron oportunidad negocios como Zurco (La Paz, Cochabamba y Santa Cruz de la Sierra) y Fonocaptor (La Paz) para satisfacer la demanda de consumidores postpandemia.
Por otra parte, dada la particularidad de producciones independientes, por la condición de nicho de mercado, los propios artistas encontraron en los conciertos y festivales un espacio de promoción de su material discográfico fuera de la intermediación.
La demanda por vinilos animó a algunos productores, unos con especialidad en el rubro musical y otros que asumieron el revival como una oportunidad, a seguir este camino. En 2020, Fernanda Antuña, mediante el emprendimiento Mandala Música y TDV (Tecnología Digital Victoria Bolivia), se propuso editar, con carácter piloto, 100 piezas en simple (single) del grupo Gustavo Orihuela Quartet, con dos temas extraídos del álbum Terra, que fue puesta a disposición del público en diciembre de 2020 y de los que ahora no existen ejemplares disponibles.
En 2021 Mandala apostó a doble; esta vez lo haría con un LP (Long Play o Larga Duración), un trabajo importante del folclore contemporáneo boliviano, Cuecas para no bailar del cantautor Willy Claure, en una serie limitada de 300 unidades. En 2022 produjo el trabajo del grupo de metal Bajo Tierra y el álbum Suplica por mi alma, demostración del esfuerzo privado por editar material independiente, cuya presentación en portada gatefold, doble funda, permitió un tiraje de 300 unidades.
En 2021 los hermanos Wilfredo y Luis Sandoval, con la empresa Music Tech Records, apostaron por las producciones en LP: La Teoría del Pistolero Solitario y Octavia Sinfónico, cada uno con un tiraje mayor de 300 copias, asimismo otra producción en corte limitado de la agrupación Dos Minutos en similar número, donde el proceso de prensado fue hecho en la fábrica más importante de vinilos, ubicada en República Checa.
En 2022, luego de acciones de recuperación del legado de Metalmorfosis, legendaria agrupación del metal en Bolivia, Mauricio Torres reivindicaría los derechos de la obra que grabara en 1986 con la reedición del registro en dos presentaciones, cada una de 150 unidades, también elaborada en República Checa.
Este 2023 otra placa de importancia histórica fue editada en LP por primera vez, Ave Fénix de Track, originalmente producida en 1992 en CD y según Carlos “Chicatilo” Velásquez, fue la primera producción en ese formato digital en el país, que por fin vio la luz en tiraje similar de 300 copias, habiéndose elaborado en Perú y con posibilidades de ampliar la edición dada la demanda. Pronto también será editado en EP (Extended Play o vinilo de dos canciones por lado), lo que completará el set. Es menester señalar el aporte profesional de Marcelo Navia en la elaboración del corte en vinilo.
Se sabe, por fuente muy confiable, que el álbum El Inca de Wara se reeditara nuevamente, así como el trabajo Wara Sinfónico, mientras Deszaire y Los Bolitas se encuentran en etapa de postproducción, es decir tendremos producciones en vinilo en el corto plazo.
La cantidad de unidades puestas en el mercado permite intuir su pequeñez, aunque el vinilo está de moda. Podríamos atribuir esto a la lentitud de movilidad o velocidad de venta; por una parte, limitada por el precio del vinilo —entre Bs. 220 y 380—, por otra, por la disponibilidad de solo un puñado de títulos. De editarse otros de carácter histórico, se podría incrementar.
Sin embargo, no es bueno hacerse ilusiones, la traba principal, son los derechos de autor, el grueso en manos de los herederos de las discográficas y otras en las de multinacionales como Sony Music; el alto precio de mercado impide que se libere para disposición del público obras importantes.
La desaparición de los colosos era necesaria, “la destrucción creativa para que nuevos pioneros puedan hacerse del mercado”, dice Joseph Shumpeter, donde tuvieron no solo que conocer al vinilo sino también identificar los gustos y la potencialidad de la demanda.
Queda la deuda pendiente, aquella que no tiene horizonte, la de recuperación de la memoria histórica, aquella de obras sin editar y que los actores privados, dueños de los derechos, y Estado, como hacedores de políticas públicas, no asumen como responsabilidad, ya sea por el alto precio económico que representa o simplemente por falta de voluntad en la construcción que otorgue oportunidad para la constitución de una industria cultural siempre pendiente en el país.
Texto: Huáscar Adrián Cajías Cueto
Fotos: Huáscar Cajías y Freepik