23/Modelo para armar (una/otra escuela de espectadores)
Imagen: Ricardo Bajo, Productora par mil y deborah villarreal
La renovada Escuela de Espectadores abrió con sala llena en el Teatro Doña Albina.
Imagen: Ricardo Bajo, Productora par mil y deborah villarreal
Esta es la crónica de una noche de teatro/foro, la noche en la que resucitó la Escuela de Espectadores de La Paz.
Año del Señor de 2012, marzo, Día Mundial del Teatro: nace la Escuela de Espectadores de La Paz, la primera de Bolivia. El Espacio Simón I. Patiño y el Cedoal, junto al Festival Internacional de Teatro de La Paz (Fitaz), organizan el evento. Una veintena de personas se juntan por la mañana en el auditorio del Espacio Patiño para charlar sobre Hamlet del Teatro de los Andes. Participan el coordinador de la Escuela de Espectadores de Mar del Plata, Pablo Mascareno, el director general de “los Andes”, el añorado Paolo Nalli, y el director de la obra, Diego Aramburo.
El modelo a “imitar” es la célebre Escuela de Espectadores de Buenos Aires, palabras mayores, fundada por el crítico/teatrólogo Jorge Dubatti; la que logra congregar desde su fundación en 2001 a cientos de aficionados; la que produce obras; la que forma parte de la escena teatral más importante del mundo, la porteña.
Se trata de recuperar aquellas sesiones de cine club de los años 70 y 80, de charlar/pensar lo que vemos, de forma crítica, de forma libre. El desafío es tan grande como minoritario es el público que acude al teatro en la ciudad de La Paz fuera de los 10 días del Festival Internacional de Teatro, Fitaz.
Por la Escuela pasa la “crema y la nata” del teatro paceño: Maritza Wilde, Percy Jiménez, Eduardo Calla, David Mondaca, los Andes y los elencos que vinieron después de Yotala… El objetivo no se logra. Con el paso de los años y diferentes ciclos, a pesar del entusiasmo de Omar Rocha Velasco y Micaela Pentimalli, colaborados en diferentes épocas por Karmen Saavedra y Mónica Velásquez Guzmán, la Escuela se reduce a un grupo de amigos, la misma docena siempre. Nadie dijo que esto fuera a ser fácil.

Cuando en los últimos años prepandemia se comienza a cobrar (diez pesitos para el café y las galletas), el intento termina por morir por falta de dinamismo. En la pandemia incluso se juntan vía “zoom” para ver obras en línea. La idea era juntar a más gente más allá de la “gente del teatro”. Los amigos y amigas de los elencos —pequeñas roscas— se dejan caer en la Escuela solo cuando se habla de sus obras. Y a veces ni eso.
La escena teatral paceña arrastra dos grandes hándicaps: el público es una inmensa minoría (la media por función en los espacios alternativos no pasa de media centena) y los elencos no se apoyan entre sí, salvo excepciones contadas.
La Escuela sesiona al comienzo con una frecuencia muy distanciada en el tiempo, lo que complica la formación de un hábito. La ausencia de obras para analizar tampoco ayuda. El teatro/foro ni tiene teatro ni logra foro.
Año del Señor de 2023, Año Uno de la pospandemia. La Escuela de Espectadores retoma la idea. Sigue como timonel Omar Rocha Velasco; se suman —como colaboradores— los críticos teatrales Camilo Gil Ostria y Fernanda Verdesoto Ardaya. Empuja el carro la gestora cultural Gaba Claros Terán (y su productora artística Par Mil). El Patiño pone otra vez el escenario, el Teatro Doña Albina (aunque los escenarios serán itinerantes y se visitará también locales alternativos como El Bunker o el Teatro Grito). El primer invitado (de lujo) es Jorge Dubatti.
La obra elegida para arrancar cumple: La saga de los vampiros; es una apuesta segura. Casi se voltea taquilla (hay pocas butacas vacías de las 183 de la sala). Hay ganas de ir al teatro, de reír en el teatro, de mirar, de llevar el cuerpo a una sala, de sentir otra vez lo que se ha venido a llamar “acontecimiento teatral”.
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Omar Rocha presenta por videoconferencia a Dubatti como un “gurú”. Los dos charlan en la pantalla del teatro. El porteño celebra la conexión/contacto de La Paz con Buenos Aires, de Bolivia con la Argentina. Y apunta cuatro cosas sobre las escuelas de espectadores; un total de 79 en todo el mundo. Estas son:
Uno: la escuela de espectadores es un espacio de reunión para dialogar/escuchar; arma también una agenda de piezas para ver. Estas pueden ser: una obra de teatro comercial, algo alternativo/callejero, una performance, una obra de títeres, una ópera, una procesión religiosa… Nota mental uno: ¿por qué no ir a ver/charlar de las actuaciones teatrales callejeras de los fines de semana de la Pérez Velasco?, ¿por qué no analizar el teatro costumbrista?, ¿acaso no son las televisadas misas/espectáculo de los evangélicos grandes puestas en escena sumamente teatrales?, ¿y los “shows” narcisistas de María Galindo no son puro teatro?, ¿y los monólogos del ascendente “stand up”?, ¿o nos vamos a quedar para pensar/mirar solo las obras de los cuates?
La nueva escuela será si deja de ser elitista/ombliguista. En palabras de Dubatti, hay que ampliar las “redes de mirada”. Conjugar/conjurar el plural: hay teatros, no solo un teatro. Dejar de mirar desde arriba, sacudirnos el traje clasista de las “altas culturas”. También hay “teatra” (Dubatti dixit).
Dos: la escuela va más allá de la crítica teatral de autoridad. Su función pasa por brindar herramientas para multiplicar la capacidad creadora propia del público. No se trata de decir lo que el espectador debe pensar o sentir.
Tres: la escuela favorece el encuentro con los artistas. No son frecuentes esos espacios más allá de los olvidados cine fórum y los talleres literarios. Nota mental dos: ¿Por qué cuando se logran estos espacios (casi) todo se reduce a una “conferencia de prensa” con preguntas para el elenco?
Cuatro: la escuela arma una masa crítica y construye una inteligencia teatral que colabora en la generación e impulso de salas y obras, incluso en la propia producción de eventos propios. Esta faceta no se desarrolló en el primer ciclo de la escuela paceña. Ahora sí, con la producción de la Gaba. Nota mental tres: ¿cómo alternará la curaduría —es decir, la pieza/elenco a ser representada— entre comedias —mucha gente cree que al teatro se va a reír— y las propuestas menos “comerciales”?
Dubatti cree que un espectador es un observador atento esperando algo. Y tira de etimología: espectar, expectar; el que ve, el que espera. Un espectador mira algo desde afuera y hacia fuera de sí mismo. Todos actuamos, todos estamos siendo observados. Estamos en Gran Hermano. Para Dubatti, el público es mucho más que eso: el espectador es un creador, es un artista también, un crítico, un gestor, un maestro, un filósofo. Pero nunca deja de ser espectador. Todo eso es o puede ser.
La acción del espectador desborda la definición etimológica de la propia palabra. En el mundo existe un movimiento creciente de auto-reivindicación del espectador como sujeto protagónico de derechos; como hacedores; como proveedores. Nota mental cuatro: ¿es esta nueva corriente una versión siglo XXI reload del Teatro del Oprimido? ¿Estamos a la altura de la nueva concepción del espectador o seguimos anclados en la versión pasiva del espectador? Nadie dijo que esto fuera a ser fácil.

El objetivo de una escuela de espectadores es con/formar nuevos públicos, enganchar a más gentes. Es lo más complicado, pero cuando sucede es maravilloso. Dubatti la cuenta así: “hace unos años estaba yo firmando un convenio entre la Universidad Autónoma de Buenos Aires, UBA, y la Universidad de la Rochelle en Francia y la rectora me dice: yo a usted lo conozco. ¿De dónde? Mi abuela iba a la Escuela y yo comencé a ir gracias a sus recomendaciones; ahora que ya no está, ir al teatro es acercarme a mi abuela”. Un par de suspiros se escapan de la platea del Teatro Doña Albina cuando escuchamos esta hermosa/tierna anécdota. El objetivo de una escuela de espectadores es ser maestro de otros espectadores, de los que van a venir.
Cuando Dubatti termina con un “¡buena función!”, la pareja de La saga de los vampiros se adueña del escenario. Luis Caballero y Javicho Soria han perfeccionado la obra desde su estreno hace casi 20 años. Están más maduros como actores, se entienden mejor sobre las tablas. El meta/teatro y las referencias actuales (la caída de Evo, el sabor de los cineastas como Alejandro Loayza, la pandemia, el Delius…) suman hilaridad a la obra basada en el pasar por la historia de dos amigos vampiros: uno angustiado por su inmortalidad y otro —el supuesto chistoso— refugiado en el humor para escapar a sus eternos miedos.
El primer gran acierto del nuevo ciclo de la Escuela de Espectadores de La Paz es haber recuperado una obra que muchos habían olvidado (fue estrenada en el lejano 2005). La saga de los vampiros merece una nueva temporada teatral. Cuando la obra termina, comienza la charla. Se va un tercio del aforo que está (casi) completo, se quedan dos tercios. Es un buen inicio.
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Los actores siguen arriba del escenario, el público está abajo. Eso no ayuda. ¿Y si cambiamos? ¿Ayudaría en algo para que el espectador se sienta protagonista? Es el desafío mayor. El intercambio de pareceres enriquece: nos damos cuenta de la importancia de los objetos (y su animación), de la musicalización, de las telas, de los diferentes públicos que gozaron o sufrieron la obra. Y nos enteramos de que el final ha cambiado. El vampiro Ciro moría en las primeras versiones, pero tras superar un cáncer el actor Luis Caballero, el elenco —La Casa del Perro— decide dejar de lado la muerte y reivindicar la vida, la lucha.
La próxima obra invitada —también cómica, también rescatada— será Pis (Teatro Grito), escrita y dirigida por Denisse Arancibia Flores e interpretada por Mariel Camacho Ovando, Carmencita Guillén Ortúzar y Bernardo Arancibia Flores, estrenada en el Teatro Municipal de Cámara en mayo de 2012. Es una visión ácida sobre la maternidad. También volverán al año las charlas/café tras ver las obras del Festival Internacional de Teatro de La Paz 2024.
La Escuela en esta nueva etapa llega con talleres (a partir del mes de mayo). El primero será con Camilo Gil Ostria sobre La calle del pecado, la mítica obra de teatro costumbrista de Raúl Salmón. El segundo analizará —con Omar Rocha Velasco— el teatro contemporáneo alrededor de la obra Di cosas cosas bien de Eduardo Calla Zalles. Y el tercero servirá para charlar sobre las performances en América Latina a cargo de Fernanda Verdesoto Ardaya. La Escuela de Espectadores no ha muerto; ¡larga vida!
Texto: Ricardo Bajo H.
Fotos: Ricardo Bajo, Productora par mil y deborah villarreal