‘Ombligo común’, la celebración de la diversidad. Una obra de Alejandra Dorado
La muestra de Alejandra Dorado se exhibe en la Fundación Patiño de la capital del Valle
El curador de arte Ramiro Garavito escribe sobre la muestra exhibida en la Fundación Patiño de Cochabamba
‘Ombligo común’. En la historia de las diferentes culturas y religiones, el ombligo ha tenido múltiples significados y ha sido fuente de inspiración de mitos, fantasías, tabúes y veneraciones. Así, entre los griegos, esa cicatriz circular situada en el centro exacto entre el pecho y los genitales, era considerada como el “centro del cuerpo” y de la vida. En el cuento de Las mil y una noches, la hermosa Budur se quita el vestido y, acercándose al joven Kamaralzamán, le dice: “¡He aquí mi ombligo, que gusta de la caricia delicada; ven a disfrutar de él!”.
Para los hinduistas, del ombligo del dios Vishnú surgió una flor de loto de la que nació Brahma, creador del universo. Hasta finales del siglo XIX, entre los habitantes de la Región Renania-Palatinado, en Alemania, era costumbre envolver en lencería los restos de cordón umbilical. Pasados unos años, se cortaban en pedazos, si pertenecían a un varón, y se trituraban, si provenían de una niña. Así, el joven se convertía en un gran hombre de negocios y la mujer en una buena costurera. En 1543 Martín Lutero condenó al ombligo al encierro y la oscuridad. Desde entonces, aquellos que sienten “omphalophobia” (aversión hacia el ombligo) manifiestan su supuesto carácter maléfico.
En 1922 se promulgó en Hollywood un código de pudor en el cual ninguna actriz podía enseñar el ombligo frente a las cámaras porque era algo “diabólico”. En España, durante la dictadura franquista, estaba prohibido mostrar el ombligo en las revistas y cines de ese país.
Para muchos, el ombligo recuerda al órgano genital femenino. En nuestros días se impone la moda de colocarse piercings en el ombligo, y las adolescentes del Japón se someten a una operación llamada “hesodashi”, que les cambia sus ombligos redondos por otros rasgados.
En fin, el ombligo no solo es la marca o cicatriz que nos indica de dónde venimos, es también la marca de conexión con nuestra madre a través del cordón umbilical y es, en un sentido figurado, el medio o centro de cualquier cosa.
La obra Ombligo común de Alejandra Dorado, que está presentándose en el Centro Pedagógico y Cultural Simón I. Patiño, enriquece el concepto de ombligo resignificándolo a través del recurso estratégico de la metáfora, muy propio del arte contemporáneo, el cual alude al origen común de la especie humana y, de la misma manera, a ese lugar privilegiado y central que denota un antropocentrismo, a menudo narcisista (creerse el ombligo del mundo).

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‘Ombligo común’
Al mismo tiempo, la obra de Alejandra encierra igualmente una hermosa metáfora que celebra la intrínseca diversidad del ser humano, esa posibilidad siempre abierta, pero peligrosa, de ser cualquier otra cosa, distinta de lo que se supone que “debe ser”. En un mundo que fluye permanentemente no puede haber algo estático como el ser, sino un siendo que no termina de definirse nunca, si no es por el arbitrario y excluyente concepto de “anormalidad”. Esa diversidad abierta es la que nos muestra Ombligo común en fotografías antiguas, objetos y retablos impresos, manipulados digitalmente que exhiben personajes con “malformaciones” y mutaciones imprevistas de toda índole: siameses, personajes con dos cabezas y trajes con tres piernas, etc. Estos personajes constituyen la celebración de la diversidad, el elogio de la diferencia y la posibilidad abierta de lo real, en contraposición al efecto de homologación y estandarización en el que vivimos, el cual parece estar caracterizado por el complejo de Procusto (este personaje era un bandido del Ática que, además de robar a sus víctimas, les hacía tenderse sobre una cama de hierro, les cortaba las piernas cuando superaban su longitud o los estiraba descoyuntándolos cuando no lo alcanzaban).
Por supuesto, podemos encontrar en la muestra, aristas que nos remiten a otras interpretaciones, de hecho, en esto consiste precisamente la riqueza polisémica de la obra típicamente contemporánea de arte, sino la obra no sería contemporánea, como lo señala Humberto Eco en su libro La obra abierta.
Cabe mencionar el cuidado museográfico puesto en el pertinente montaje de la muestra, en el que cada pieza se relaciona con otra, con el resto y con el mismo espacio expositivo, para dar lugar a un conjunto conceptual que potencia convenientemente la idea central contenida en el Ombligo común.
Ombligo común nos trae, además, un “bonus”, una pequeña y exquisita obra llamada por su autora Jardines literarios, consistente en la instalación de pequeños jardines vivientes cultivados entre las hojas de libros antiguos. Otra metáfora que parece aludir el carácter viviente de esos libros que consideramos viejos e inactuales.
Fotos: Alejandra Dorado