Tupak Waman, maestro de la hojalata
El artesano utiliza sus esculturas didácticas para enseñar sobre resiliencia y reciclaje.

En el taller del artesano paceño Tupak Waman una pequeña araña cuelga de un hilo apenas perceptible. Solo cuando se aguza la vista, el brillo que despide el arácnido se hace sospechoso. En este estudio incluso los insectos están fabricados por sus manos. El espacio reducido que ocupa en una casa de la zona de Alto Sopocachi está cubierto desde el suelo hasta el techo de figuras, minuciosamente decoradas, creadas por completo con materiales reciclados.
“En realidad nunca lo hice con fines de lucro. Alguna vez vendo alguna pieza, pero muchas veces solo les pido a los interesados que reúnan el material. Lo que más me interesa es despertar la creatividad de las personas con ellas y mostrarles lo que se puede hacer con lo que botamos en las calles”, narra el creador paceño.
La literatura, la música y la danza son algunos de los intereses de Tupak, que están retratados en sus figuras. Las más recientes representan a Don Quijote de la Mancha —que tiene una lanza que se extiende gracias a que está hecha de una antena de televisión— y Sancho Panza. Una pequeña lengüeta de lata de cerveza, suelta, reposa en la base de una escultura de un oso de diablada. Con ella se completan las 20.000 que le dan forman, y que tardaron años en recolectarse.
Los músicos de hojalata de uno de los conjuntos que ha construido tienen características particulares. Uno de ellos no tiene una pierna, a otro le hace falta un brazo y varios llevan lentes oscuros.
“Estos músicos están inspirados en el grupo Los Inseparables, que estaba conformado por artistas no videntes. Los llamo los inseparables insuperables porque están basados en diseños hechos por personas con discapacidad”.
Tupak comenzó con este pasatiempo cuando aún era un niño. Mientras estudiaba en el colegio de la comunidad de Yauchirambi, en La Paz, se lanzó una convocatoria para hacer esculturas de diferentes materiales. Muchos llevaron figuras tan impresionantes que comenzó a sentir vergüenza del quena quena que había creado con paja y alquitrán.
Con miedo expuso el músico que fabricó y fue parte del concurso, con pocas esperanzas. Minutos después el corazón le dio un brinco al escuchar que al anunciar al ganador, decían su nombre. Aquella victoria se grabó en su memoria con mucho cariño, así que años después desempolvó sus habilidades para transformar latas de conservas en autos de juguete para entretener a sus hijos.
Una vez que ganó habilidad, su ingenio lo llevó a complejizar sus diseños en miniatura, a incorporar diferentes materiales y a encontrar nuevos usos para envases de plástico y juguetes rotos. Mientras buscaba cómo ayudar a un conocido, que había caído en una depresión muy fuerte debido a la pérdida de sus dos brazos, se le ocurrió que involucrarlo en esas actividades podría ser útil.
“Quería ver si había alguna mejoría si es que se lo acercaba a la artesanía. Mi conclusión es que la creatividad es una gran herramienta, que es capaz de curar la depresión y motivar a las personas con discapacidad a hacer grandes cosas”. Así comenzó a dar talleres, a plantearse proyectos más grandes y a buscar voluntarios que quisieran ayudarle.
Si bien nunca ha dejado de ensamblar pequeños autos —que han evolucionado a reproducciones de modelos clásicos o icónicos como el Batimóvil—, las figuras humanas acapararon su atención. Sus reproducciones de un moreno y de un jach’a tata danzanti representan el nivel de habilidad al que han llegado sus manos. Mientras, otras piezas resaltan por la ingeniosidad con que las fabrica.
“Estas son esculturas didácticas, sirven para enseñar y despertar la curiosidad de los niños. Puedo desarmar la cabeza de alguna y mostrarles que está hecha de dos ollas viejas y una tapa. Así se dan cuenta de que todos podemos crear, solo es cuestión de imaginación”, explica quien se ha dedicado a la docencia casi toda la vida.
El humor es otra de las características de las esculturas didácticas, como las denomina Tupak. Ha logrado que en ellas diferentes articulaciones tengan movimiento, así sorprenden y arrancan sonrisas donde quiera que las muestra.
Desde que comenzó, todo el material que requiere es reciclado. No utiliza ningún tipo de soldadura, sujeta cada pieza con alambre para evitar cualquier daño al medio ambiente. Para terminar algunos de sus proyectos se la ha pasado recolectando material por años. Una figura femenina cubierta de azul lleva en su vestido hecho con latas de cerveza un bordado de partes de bolígrafos y pequeñas mostacillas que forman flores.
“También hubo momentos en los que me han criticado. Por ejemplo, por utilizar restos de dispositivos intrauterinos para una de las esculturas. Pero fue peor cuando puse crucifijos en uno de los trajes de los bailarines. Los saqué para evitar problemas”, cuenta, mientras acomoda una escultura, sonriendo ligeramente.
Tupak Waman es, efectivamente, un sobrenombre. Para el artesano, este trabajo que realiza para motivar la creatividad de jóvenes y adultos es mucho más importante que su nombre. La experiencia le ha mostrado que un simple garabato puede transformarse en un diseño y después en una obra, si se le da energía e importancia. Si bien fue testigo de cómo la naturaleza humana puede ser cruel, cuando hay dinero o poder de por medio, también estuvo presente cuando muchas personas no solo lograron salir de la depresión en la que encontraban por diferentes motivos, sino que formaron emprendimientos propios.
“Una vez que una persona se siente parte de algo de nuevo, todo se recicla, incluso uno mismo. Es maravilloso ver cómo somos capaces de encontrar nuevas oportunidades, una vez que eso ocurre. Nuestras enfermedades están en nuestra cabeza, como están, también, todas las herramientas para lograr lo que soñamos”, detalla, mientras revisa cajas y cajas llenas de collares, llaves y pequeños engranajes, que solo él mira como si fueran joyas invaluables.