Columnistas

Wednesday 12 Feb 2025 | Actualizado a 23:52 PM

Anatomías del terror

/ 21 de enero de 2025 / 06:00

El día que llovió arañas, cerca de Boyuibe, estaban yendo a la guerra. No tenían mucha idea de qué iban a defender, salvo la patria, esa entidad poco clara de la que aprendieron a medias en la escuela. Aprendieron unos himnos, unas historias que seguramente difieren de las historias de otros lares porque la historia es sesgada. Se saben las cosas de acuerdo a los intereses de las personas que, a su vez, dominan a otras personas, les sacan sus ingresos con sendos impuestos para hacerlas sentir cuidadas, guiadas, abastecidas, pero también ignoradas, demoradas, denostadas, desvalidas. El poder tiene esas dos caras, van rotando, coexisten. De pronto, mandan a la gente a la guerra o a las elecciones o al cadalso. Mientras el camión, a duras penas rodaba en medio de la arena amarillenta, atrás, los soldados, cubiertos a medias por una lona, vieron aparecer una nube negra en el cielo, avanzando a gran velocidad hacia ellos. Cuando se toparon, con una silenciosa violencia, comenzaron los gritos, estaban cayendo arañas del cielo, miles, a la velocidad del viento o más bien, con el viento. El conductor del camión vio de pronto el parabrisas plagado de arañas, negras, cafés, oscuras, de unos 4 centímetros de tamaño en promedio, vivas. Se metieron, ya sea por el viento o por el movimiento del camión, por las ventanas laterales. El camión volcó, dio dos vueltas en el suelo, salieron disparados los soldados a varios metros lejos del vehículo ahora quieto. Se hizo un momento largo de pausa humana, ni una voz, ni un gemido, nada. Como si el miedo, o la muerte, los hubiera paralizado y silenciado. Así, el debut de unos adolescentes en la guerra. Provenientes del altiplano, de la amazonia, de los valles de territorios quechuas, sin siquiera entenderse, se dirigían a la zona de combate, cargando cada quien un máuser de 7 tiros, sin saber, tampoco, disparar.

El horror de la guerra, a pesar de la voluntad y el peso del fervor patriótico, se retratan en los ojos del niño de “Ve y mira”, la película. En los ojos y brutalmente, en la ausencia de sonido causada al niño por una explosión. Empezó como un juego, como un imaginario valeroso, como una forma de entrega, como una retribución necesaria e imprescindible a la pertenencia, a la bandera. Terminó como el peor descubrimiento, el peor desvelo, como enfrentar a todas las anatomías del terror. En una escena, a la amiga del niño, mientras camina de frente a la cámara, un hilo de sangre se le escurre y va dar al lugar del audio espectador, en el que todas las emociones se juntan para entristecer.

Hubo una guerra en la que unos militares, parapetados en trincheras, armados con ametralladoras de última generación, para ese entonces, intentaron acabar con el enemigo, sin haberlo logrado, incluso habiendo disparado miles de proyectiles durante varios días sin descanso. Perdieron esa guerra, contra unas aves no voladoras. Ocurrió a finales de 1932 y se la nombró la guerra del Emú. En ese mismo tiempo, en el Chaco Boreal, cientos de personas se conocían como pertenecientes a una misma patria, sin hablar la misma lengua, comandados por un general con una lengua distinta y adicional. Primero un grito, agudo, estremecedor, salió de la garganta de uno de los soldados, además de salir escupidas dos o tres arañas sin vida ni forma. Luego otro grito y otro y varios más. Se hizo un coro de gritos, unos de horror, otros de dolor, otros de impotencia. Imposible saber cuál fue cuál, digamos, para hacer una clasificación de gritos según su naturaleza. Ese día, para algunos, empezó y terminó la guerra. Para otros, los más fue solo un desafortunado inicio que acabaría, con la mejor de las suertes, en el atrio de la iglesia de San Francisco, cuando los excombatientes todavía vivos, solían sentarse a tomar el sol de invierno, esperando que alguien les pregunte algo, sobre la vida, sobre la muerte, sobre el olor a guardado.

Óscar García es compositor y escritor.

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Candidaturas inciertas

Rubén Atahuichi

Por Rubén Atahuichi

/ 12 de febrero de 2025 / 06:00

Falta poco más de seis meses para las elecciones generales del 17 de agosto. Si bien las campañas electorales se han adelantado, nada está dicho: no hay convocatoria oficial de parte del Tribunal Supremo Electoral (TSE), no hay alianzas consolidadas ni candidaturas seguras, por más empeño que muestren algunos por serlo.

En un ambiente político y social enrarecido por la situación de crisis económica en el país, que no se decanta en una movilización real, aparentemente no hay riesgo de convulsión extrema que pueda afectar al gobierno del presidente Luis Arce, que está encaminado en terminar su periodo de cinco años sin interrupciones.

La sombra de elecciones adelantadas o los afanes por la renuncia del mandatario, como pretendía el ala evista del Movimiento Al Socialismo (MAS) a finales del año pasado, se han esfumado. Sin embargo, la pre/ocupación de esa facción radical sigue intacta, aunque con algunos sustos: Evo Morales “candidato único”.

Desde que Andrónico Rodríguez se le plantó a su mentor con que no sea celoso de los jóvenes y que Morales respondió con nervios de que el candidato es él y que no hay un plan B, incluso con una reprimenda al presidente de la Cámara de Senadores sobre el comportamiento de sus funcionarios, nada es igual en el evismo: Andrónico es la sombra de la candidatura de Morales.

Pero, al ser despojado de la dirección del MAS por una sentencia constitucional, el expresidente no tiene con qué sigla asistir a los comicios, aunque dijo que “la sigla está garantizada” a pesar de algunos condicionamientos “superables”. El Movimiento Tercer Sistema (MTS) ya rechazó sus ímpetus de candidato sí o sí y su afán de sostener que está habilitado.

En la otra facción masista, tienen la sigla, pero no candidato. El presidente Luis Arce está indeciso aún; será por la caída de su imagen a raíz de la situación económica, la falta de respaldo social, el intenso ataque del evismo o las dudas sobre su proyección electoral.

Al otro lado, la situación no es distinta. La coalición prelectoral conformada por Carlos Mesa, Jorge Quiroga, Samuel Doria Medina, Luis Fernando Camacho, Vicente Cuéllar y Amparo Ballivián hace aguas por los mismos problemas de hace años: todos quieren ser el candidato único, su enfurecido discurso antimasista y la ausencia de una lectura de la realidad insoslayable que terminó con la esencia de los partidos tradicionales de antes de 2006 o 2002 (sus ideas liberales son las mismas de antes de 2005 y no comprenden aún la irrupción de un movimiento nacional popular indígena originario campesino).

Supuestamente los más calificados son Quiroga, expresidente por sucesión “impecable” y dos veces candidato, y Doria Medina, varias veces candidato presidencial y vicepresidencial sin éxito. Entre ambos políticos tradicionales se están sacando los ojos en busca de la candidatura “única” de la oposición de derechas.

Pero esa derecha tiene otro candidato con más recorrido que aquellos: Manfred Reyes Villa. Autosuficiente y con partido propio recientemente validado, no quiere alianzas con ninguno de los anteriores. Ya mantuvo también una gresca verbal con Quiroga, típico en los adjetivos que entiende que aquel tiene más opciones.

Solitario pero persistente, el senador Rodrigo Paz Pereira deambula por el país en campaña por su candidatura y su plan de gobierno. Son varios precandidatos, especialmente de la oposición. Sin embargo, sus posibilidades son inciertas debido a varios factores, entre ellos la falta de consenso y coincidencias sostenibles.

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Boicot a La Paz

/ 12 de febrero de 2025 / 06:00

Bolivia ha organizado dos veces la Copa América (la gloriosa del 63 y la del 97). Van 48 ediciones desde la primera en 1916. El país que más veces ha acogido el torneo de selecciones más antiguo del mundo es Argentina, con nueve veces; seguido de Chile y Uruguay, con siete; y Brasil y Perú, con seis ediciones.

En 1940 el fútbol boliviano hizo el segundo intento de organizar lo que por entonces se llamaba el Campeonato Sudamericano, a pedido expreso de la Confederación Sudamericana de FootBall. La fecha elegida fue septiembre. No se lograría, como en el primer intento en 1929, aquel año fue por falta de estadio.

La Federación Boliviana de Football, a través de su representante en La Paz, Germán Monrroy Block, pidió al Comité Nacional de Deportes del gobierno del presidente Carlos Quintanilla una subvención de cuatro millones de bolivianos. Y lanzó una idea para recaudar ese dinero: un impuesto especial a cigarrillos, fósforos y bebidas alcohólicas y el mecenazgo de las principales empresas del país: Casa Hochschild, Patiño Mines, Aramayo Mines, Grace y Cía y la Bolivian Power. Los ricachones del país, los tres barones del estaño, en particular, dieron la espalda a la idea.

El presidente de la Federación, el cochabambino Luis Castel Quiroga, con casi 20 años en el ente federativo, llegó a la sede de gobierno para acelerar los preparativos. Junto a él, el nuevo secretario permanente, don Carlos D’Avis. Castel Quiroga venía de ser dos veces alcalde de Cochabamba y de ser un pionero promotor del tenis, el fútbol y el boxeo en la Llajta. Moriría tres años después.

La organización corrió por cuenta de Monrroy Block y Juan Luis Gutiérrez Granier, como representantes del Consejo Superior de la Federación Boliviana de Football. El equipo Bolivia era entrenado por el uruguayo Julio Borelli Viterito; bajo su dirección, disputó varios amistosos (con camiseta roja) con este “eleven” tipo: Navarro; Durandal-Achá; Balderama-Ferrel-Nicolás Terrazas; Montoya-Ogaya-Noguera-Serapio Vega-Faustino Terrazas.

En agosto de 1940 Chile anunció que mandaría a Colo Colo (reforzado) a participar en el Sudamericano de Bolivia. El primer país que se bajó fue la vigente campeona, Perú, al no ser atendidas sus demandas económicas. Uruguay y Paraguay también declinaron la invitación.

Argentina —que no logró (por la oposición de los principales clubes) armar una selección potente— pidió más dinero para llegar y comenzó a hablar (mal) del “clima” (en referencia a la altura) de La Paz. Todas las selecciones habían confirmado en un inicio su llegada a Bolivia (solo Colombia había declinado por problemas económicos).

Brasil confirmó que llegaría a mediados de septiembre, algo que nunca sucedió. La Federación Boliviana insistió (ante las acusaciones) que no había destinado suma adicional (en pasajes, estadía y viáticos diarios) a ningún equipo al margen de lo que disponía el reglamento de la Confederación.

Ante el boicot, la Federación, colaborada por el Comité Organizador y bajos los auspicios del Comité Nacional de Deportes, suspendió a mediados de agosto de 1940 el XIV Campeonato Sudamericano de Fútbol por las “anti-reglamentarias desmedidas exigencias de última hora” de Argentina (ésta incluso exigió premio extra en metálico si salía campeona), de Uruguay y de Perú.

“Lamentamos que el espíritu americanista se vea privado de estrechar en nuestras canchas sus vínculos fraternales”, aseguró un comunicado de prensa de la Federación. Castel Quiroga calificó de “dolorosa” la suspensión; “lo hicimos con hondo sentimiento de amargura”.

¿Se podría haber celebrado el torneo con Bolivia, Chile, Brasil y Ecuador (la única que no exigió viáticos extra), como se habían organizado otros campeonatos en ediciones anteriores sin la participación de todos los inscritos/invitados en la Confederación? Probablemente sí. El sueño del campeonato estuvo vivo después de sepultado por peticiones de reconsiderar la suspensión que llegaron de países/selecciones como la chilena.

El torneo lo acabó albergando Chile con carácter extraordinario (sin trofeo en juego) en febrero y marzo de 1941. Bolivia, Brasil, Colombia y Paraguay no asistieron. En la edición de 1942 —con sede en Montevideo— Bolivia —en señal de protesta— tampoco acudió a pesar de ser la edición con más participantes.

El escaso número de Copas América que hemos organizado (dos) se debe al boicot, a los sempiternos problemas económicos y de infraestructura y especialmente a la dejadez de los presidentes federativos que una y otra vez no hicieron respetar nuestro turno. A casi 30 años del último torneo, ¿no habrá llegado la hora de una tercera Copa América en Bolivia?

Ricardo Bajo es historiador amateur

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La hora de los ajustes

Omar Rilver Velasco

/ 12 de febrero de 2025 / 06:00

Hay un común denominador entre todos los economistas bolivianos, que es: ¡la hora de los ajustes ha llegado! Atrás quedaron los gloriosos tiempos de la estabilidad y la bonanza económica. Pero donde muchos no nos ponemos de acuerdo es en el cómo y quiénes tienen que asumir los costos.

Los detractores del modelo plural se preparan para extraer de las entrañas de la economía nacional, el maloliente gasto público que —a su entender— es el villano de la falta de dólares, la escasez de combustibles y la inflación de alimentos que se ha convertido en el cáncer de la economía, y su deber: ¡extirparlo! Atención a todos: preparen el bisturí, desinfecten las tijeras, afilen el machete o enciendan su motosierra favorita, que la operación al sector público está a punto de comenzar.

Desde la sala de emergencia, el matasanos neoliberal anuncia con júbilo que realizará una cirugía de trasplante porque observa que el cáncer está muy avanzado. Es la llamada terapia de privatización de empresas públicas. Sin embargo, por miedo de ser tachado de “privatizador” o “vende patria”, y para no tener que ruborizarse, asume una posición más cauta y sugiere el cierre en lugar de su venta. Poco después se da cuenta que clausurando todas las empresas estatales ahorraría Bs 2.000 millones, que es el déficit promedio de los últimos años, sobre un desequilibrio global de más de Bs 35.000 millones. ¿Dónde realizar la liposucción siguiente? La privatización le habría dado jugosos ingresos a cortísimo plazo, pero desafortunadamente deberá conformarse solo con su cierre hasta que encuentre la ganzúa que abra el candado constitucional, pero para ello necesitará una mayoría parlamentaria que no la tiene.

De pronto, parece en el quirófano un segundo curandero portador de buenas nuevas que recomienda una cirugía estética que consiste en rediseñar la estructura del sector público recortando el número de ministerios o fusionándolos. Para su infortunio, el especialista omite que, descontando las carteras de Relaciones Internacionales, Salud, Educación, Gobierno, Defensa, Justicia y Economía, el margen de posibles machetazos, se reducen a menos de la mitad de un PGE que para el año 2024 fue de Bs 22.665 millones. Si a ello le sumamos sectores estratégicos como minería, hidrocarburos y planificación, las incisiones se achican a menos de un tercio, es decir, Bs 5.600 millones. Este monto sería borrado del exoesqueleto público dejando de proveer funciones importantes de la Constitución como Culturas, Medio Ambiente, Obras Públicas, Trabajo, Desarrollo Productivo y rural.

Antes que la anestesia del marketing político termine su efecto, un tercer cirujano echa pies en tierra y plantea una cirugía paliativa que, si bien no cura la enfermedad, mejora la calidad de vida de la economía. Propone mutilar la planilla de trabajadores sin resquemores. Lo que este especialista no toma en cuenta es que, del medio millón de ítems públicos, el 75% se destina a educación (44%), salud (15%) y fuerzas del orden (14%). Si a eso se suman los gobiernos autónomos (8%) y universidades (6%), el margen de acción para la carnicería estatal se reduce al 10%. Ese porcentaje multiplicado sobre una planilla salarial anual que ronda los Bs45.000 millones ahorraría gastos por Bs4.500 millones; eso sí, asumiendo el hipotético caso que se despide al resto de trabajadores, lo que elevaría la tasa de desempleo en más de 1%.

La temible palabra de ajuste hace eco en la boca de los políticos y economistas bolivianos críticos a la iniciativa pública. Pero más allá de ser reprochable el carácter cortoplacista, demagógico y poco imaginativo de sus medidas, dejan entrever que no son nada efectivas. Estas tres intervenciones fiscales demandarían un recorte fiscal de apenas un tercio de la hemorragia fiscal y con un enorme costo social. Detrás de la retórica de cambio de modelo y reducción del tamaño del Estado se esconden medidas que pretenden trasladar el costo a los más vulnerables.  Ciertamente, hay un debate en reducir el déficit fiscal, pero nadie te dice a cuánto hay que reducir. Te dicen que hay que endeudarse, pero no te dicen en cuánto. Tampoco te dicen de forma explícita qué van hacer con el tipo de cambio, cuánto van a devaluar la moneda. Estos temas los veremos en futuras entregas.

Un verdadero intento de ajuste fiscal deberá considerar al menos tres lineamientos esenciales que son innegociables: 1) mantener los logros sociales de reducción de pobreza y desigualdad del ingreso alcanzados en la década anterior; 2) la defensa de la propiedad estatal de los recursos naturales para el beneficio de los bolivianos y 3) el cuidado del medio ambiente.

Omar Velasco es habitante del Kollasuyo, yatiri económico y promotor del Vivir Bien.

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Algunos apuntes sobre el socialismo comunitario

Carlos Macusaya

/ 11 de febrero de 2025 / 06:01

El “socialismo comunitario” pasó de ser enarbolado con un apasionamiento que, muchas veces, era inversamente proporcional a los argumentos que se presentaban, a ser un discurso hoy extraviado en el olvido. Por varios años se habló de él como un horizonte que emergía desde las luchas de los movimientos indígenas. La idea era lanzada con muchísima frecuencia, principalmente como eslogan. Claro que armar y llevar adelante propaganda efectiva, con buenos eslóganes, tiene su mérito en comunicación política y, en ese sentido, el socialismo comunitario tuvo cierto éxito.

Se trataba de proyectar en el “proceso de cambio” una sociedad poscapitalista teniendo en cuenta, por lo menos de forma declarativa, las relaciones sociales producidas en comunidades agrarias andinas. Este uso de la idea de socialismo comunitario para Ayar Quispe fue parte de una usurpación de la “terminología indianista” desde la izquierda “q’ara”. El propio Ayar, en Indianismo (2009), afirmaba que “Ramiro Reynaga Burgoa es quien utilizó por primera vez la palabra socialismo comunitario en 1972” en su libro Ideología y raza en América latina.

Si se trata de antecedentes, ya en la Tesis Política del Partido Indio de Bolivia (PIB), presentada en el VII Congreso de Central Nacional de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CNTCB), el 2 de agosto de 1971, se habla del “socialismo comunitario de ayllus”. En uno de los primeros documentos del Movimiento Indio Tupaj Katari (MITKA), que circuló en noviembre de 1977, se apunta a construir “una sociedad comunitaria”. En otro documento de esta misma organización, pero de 1978, se postuló instaurar un “Estado socialista, humanista y comunitario”.

La presencia de lo comunitario era tan reiterativa en el discurso político indianista, que en un artículo (Las relaciones de poder: ¿revertir 500 años de historia?) publicado en agosto de 1993 en el periódico Última Hora, el katarista Moisés Gutiérrez lo señala como un rasgo distintivo del indianismo. Empero, todas esas referencias al socialismo comunitario o, en general, a lo comunitario, no pasaban de ser formulaciones vagas, inspiradas en la idealización del pasado precolonial que quienes militaron en movimientos indianistas encontraron en varias obras de Fausto Reinaga, sumado a otras lecturas, pero también inspiradas en sus vivencias rurales y periurbanas.

En el caso de Reinaga, cabe señalar que presentó el pasado precolonial a partir de influencias indigenistas, a pesar de que, en su etapa indianista (1964-1971), identificó a esta corriente no solo como distinta al indianismo sino como antagónica a él. Por ejemplo, el indigenista peruano Luis Eduardo Valcárcel, quien decía que en el incario no había mendigos y que ese pasado era glorioso, influyó muchísimo en la manera en que Reinaga veía el Estado inca. Sumado a ello, el también peruano Guillermo Carnero Hoke, con su libro Nueva teoría para la insurgencia (1968,) acentuó más la idealización de lo precolonial que Reinaga fue formando. Carnero sostenía que “Preamérica fue socialista durante más de cien siglos”. Esto se decía en un tiempo en el que en África se hablaba del “socialismo africano”.

Respecto a las vivencias de los propios indianistas de la “vieja guardia”, se debe considerar que el grueso de éstos nació en áreas rurales en tiempos en los que las relaciones sociales mediadas por el dinero en sus espacios de origen no estaban generalizadas. Desde luego, el proceso de modernización estatal emprendido desde el “Estado del 52” impulsó la individualización entre los “indios”, pero nunca logró imponerse de modo absoluto. Además, ante la “ausencia estatal”, el asentamiento de poblaciones de origen rural en las áreas periurbanas se desarrolló con el despliegue de relaciones agrarias formadas en las comunidades andinas. Ello fue muy útil para encarar distintos problemas de manera colectiva, como, por ejemplo, el cubrir la necesidad de agua. Entonces, los indianistas tuvieron vivencias prácticas de tipos de relaciones sociales catalogadas de comunitarias.

Tanto la influencia intelectual y las vivencias referidas a modos de reproducción social no capitalistas apuntan a hechos (bien o mal comprendidos) que han caracterizado la vida en espacios rurales y periurbanos. Hoy, con el Estado Plurinacional, ¿ese tipo de relaciones sociales se han fortalecido o han sido erosionadas más aún? Un análisis dirigido a ver esta cuestión debería considerar cómo, en los espacios donde se supone están presentes estas relaciones, se realiza la producción (de forma comunal, familiar o individual); se gestiona la tierra (sea para pastoreo o agricultura) y el agua; y se obtiene mano de obra para distintos tipos de trabajo. Todo ello debería verse en relación a la administración política local y a lo ritual y simbólico. El trabajo analítico sobre estos aspectos permitiría entender la situación actual de lo comunitario y de su posibilidad o no de ser un proyecto de futuro.

*Es miembro del grupo Jichha

La Razón da la bienvenida a sus páginas a Carlos Macusaya, cuya propuesta alimentará el sano debate que propugnamos.

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Caída de Evo, según Sivak

Yuri Torrez

/ 10 de febrero de 2025 / 06:00

Hace un par de meses se lanzó el libro Vértigos de lo inesperado. Evo Morales: el poder, la caída y el reino, del periodista argentino Martín Sivak, e inmediatamente muchos intelectuales confesos antievistas se lanzaron, como si fueran aves de rapiña, en busca de su carroña, a buscar con lupa en la mano aquellos detalles escabrosos de la vida personal del expresidente para luego con un dejo sensacionalista, banal y amarillista hacer leña del árbol caído. Obviamente, como diría Nietzsche, no importan los hechos, sino las interpretaciones. Un libro —de crónica periodística, como el de Sivak— es un objeto cultural que produce, a la vez, diversas interpretaciones, según los intereses y el locus de los descifradores, especialmente en una coyuntura política (cuasi) electoral.

Eso sucedió con este libro. El apresuramiento en la condena y contribuir con su granito de arena para poner en evidencia al principal protagonista —dicho sea al pasar, recorre por sus peores días—, se lanzaron a la cruzada del escarnio público, sin percatarse que detrás de los hechos narrados magistralmente por el periodista argentino existen datos insoslayables para comprender el desmoronamiento del liderazgo carismático que encarnaba el expresidente Morales.

En las infinitas horas que acompañó Sivak a Morales, inicialmente en la campaña electoral de 2019, luego en su exilio —tanto en México como en la Argentina— y, posteriormente, en su retorno a Bolivia, rescató detalles de la vida cotidiana del exmandatario, o sea: insumos, interpretación mediante, para dar cuenta de aquellos factores que contribuyeron para el desgaste de su liderazgo.

Uno de ellos, a nuestro juicio, es el hiperpresidencialismo del Jefazo —como diría Zivak—, especialmente en su último gobierno. Obviamente, este rasgo le hizo perder a Morales la perspectiva política. Por lo tanto, su obsesión por una nueva reelección, luego, se convertiría en el principio del fin.

Morales ignoró ese “hastío que las rutinas del culto a la personalidad despiertan”, como escribe el periodista argentino, que derivó inexorablemente en perforar su liderazgo. En rigor: “la identificación efectiva del líder es el vínculo populista entre el líder y el pueblo”, diría Ernesto Laclau.

Con la crónica de Sivak, en el caso de Morales, se infiere: ese vínculo con sus propias bases sociales se desgastó paulatinamente. Se torció, de a poco, (casi) hasta el final.

Atisbos de cuestionamientos internos en el propio MAS contra Morales se remontan a su exilio en Buenos Aires, pero, ese momento crítico del golpe de Estado obligaba a que las energías se orienten a vencer al enemigo en común: el gobierno de Áñez. Luego, el recibimiento apoteósico de Morales en territorio boliviano sirvió para azuzar el “delirio del ególatra”, diría Claude Lefort, quizás, el último acto simbólico de ese lazo del expresidente con sus bases. Posteriormente, se vino una etapa de una fuerte corriente interna orientada a pedir cuentas sobre la responsabilidad del exmandatario para el desemboque golpista. No hubo mea culpa. Entonces, sectores partidarios y movimientos campesinos/indígenas empezaron a impugnar el liderazgo de Morales, pero, en vez de emprender una cruzada por una “reforma moral y política” al interior del MAS, él retornó a sus afanes reeleccionistas que azoró las disputas internas a tal punto de conducir a una escisión sin vueltas.

Sería injusto creer que toda la culpa sea de Morales. Zivak es equilibrado: el factor Choquehuanca es otro a tomar en cuenta. (Pero, por su importancia, merece otro artículo).

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