El gobierno y la confianza herida
Los datos que maneja el Estado y particularmente el BCB se me presentan como malabarismos de flujo de caja. Estos malabarismos equivalen a que hoy no pago al tendero para comprar 50 bolivianos de gasolina, mañana pago mi deuda con el tendero para que me vuelva a fiar y así con relación a todas las obligaciones que tengo frente a los esmirriados recursos con los que cuento. Prácticamente es imposible acumular reservas con un manejo del flujo de caja de estas características, solo se logra un mal maquillaje que se cae a los pocos días que se alcanza porque se puede retrasar el pago por tiempo limitado. Solo temporal y artificialmente se muestra que la solvencia del BCB está volviendo. O sea, no dejar de pagar es útil para esta prestidigitación, pero no se soluciona el problema central que es aumentar la producción exportable y así obtener reales ingresos.
Por otra parte, la utilización del ascenso de los precios del oro es jugar con una montaña rusa; el valor del oro sube y baja en una gran volatilidad. Ahí, de nuevo, el BCB o el gobierno (al final de cuentas es lo mismo), en su empeñosa tarea de aparentar soluciones que no tiene, usa los valores algo más elevados que los que muestran descenso. Estoy seguro que en más de un momento utiliza los precios de la onza troy más cercanos a cuando están en ascenso, que cuando caen para exagerar el valor de las reservas en oro. Por ejemplo, estos al 30 de octubre llegaron a 2.778 dólares la onza troy, récord en 2024, pero, cayó el 31 de diciembre a 2.613.
El oro certificado de Bolivia, como de todos los países, se encuentra físicamente depositado en bancos internacionales y no requieren ningún movimiento para su pignoración o colocación como garantía de cualquier préstamo que el gobierno decida hacer. Esta pignoración equivale a ir al tendero y entregarle una prenda de valor «con muerte» si no se paga dentro de las condiciones acordadas, la prenda “muere”, o sea, permanece en poder y propiedad del prestamista. Bolivia puede hacer esto, sin duda, pero al paso que va la economía es empeñar el oro con la certeza que no se recogerá la prenda. Es como un alcohólico que no tiene un peso y en su desesperación se presta dinero dejando lo último de valor que tiene para seguir la farra.
Permanentemente el gobierno emplea sofismas como formas de atrapar tontos, y solo evidencia que ha perdido la confianza del público. Solo le creen, o dicen creerle, sus cercanos acólitos, los empleados públicos (que no tienen otra alternativa), y algunos ingenuos, los cuales son cada vez más pocos.
Esta confianza herida es una gran amenaza a las instituciones estatales que también arrastra a las privadas. Ya nadie puede, por ejemplo, creer en un presidente del BCB porque cada vez que habla pronuncia galimatías sujetos a las más diversas interpretaciones ya por su inexactitud, por sus contradicciones expresas, o por su desconocimiento de los temas. Otro ejemplo, la falta de respuestas efectivas del gobierno que deberían encaminarse a otorgar solvencia a la banca, hace que cada día esta se debilite por la creciente mora. Encima, decreta que el 20% de sus utilidades de 2024 deben destinarse a generar mayor inclusión. Estas políticas preñadas de demagogia en un momento de creciente debilidad económica y financiera, no muestran claridad de las decisiones gubernamentales y hacen, por el contrario, que cada día se aumente la desconfianza en la banca. A esta institución, adicionalmente, el gobierno la muestra como la causante de la escasez de dólares, aunque hasta el presidente Arce se da cuenta que no se invirtió en la necesaria exploración desde hace 20 años.
Alberto Bonadona Cossío es analista económico y docente universitario.