Una canallada de película

(A la memoria de Sebastián Moro)
Es el contrabando más grande de armas que Argentina ha mandado a otro país. 70.000 balas. Balas de guerra, balas de injusticia, de masacres. Macri, te están buscando, matador. Es el guion de una película de cine negro, de espías. Oscura.
Exterior, noche, aeropuerto militar de El Alto. Un Hércules C-130, bautizado como “Puerto Argentino”, descarga armamento. Llueve. Corre un viento que congela el alma. Dos uniformados discuten. Ambos quieren quedarse con la mejor parte. Son el comandante de la Gendarmería argentina acreditado en Bolivia, Adolfo Caliba y el jefe de la Misión Naval del mismo país, capitán de fragata Roberto Ariel Gestoso. Uno quiere entregar la munición a la policía boliviana; el otro, a la Fuerza Aérea Boliviana (FAB).
El envío clandestino, días después del golpe de Estado de noviembre de 2019, ha sido coordinado entre el presidente Mauricio Macri, su ministra de Seguridad Patricia Bullrich, su ministro de Defensa Oscar Aguad y el entonces embajador en Bolivia, Normando Álvarez García. Y otros cargos de la policía, cancillería y aduana argentina, entre ellos el subsecretario de Seguridad Interior, Gerardo Milman, que tres años después estará metido también en el intento de magnicidio de Cristina Fernández de Kirchner.
Han coordinado con el ministro de Defensa golpista, Luis Fernando López (un asiduo de la embajada) y el comandante de la FAB, Jorge Gonzalo Terceros Lara.
Los militares se llevan 40.000 balas, la policía, el resto. Es la madrugada del 13 de noviembre, días antes de las masacres de Sacaba y Senkata.
El ex juez Eduardo Freiler, denunciante de la causa abierta en Argentina (y actualmente “cajoneada”) es tajante: “el envío de armas es un delito de lesa humanidad, después de que la Corte Interamericana de Derechos Humanos fallara que se cometieron masacres con motivos políticos y étnicos”. Y añade: “esto debería ameritar cadena perpertua para Macri y sus ministros”.
Exterior noche, calle Pinilla, embajada argentina, julio de 2021, dos años después: el nuevo embajador, Sergio Ariel Basteiro, antiguo “back” de Central Español de Ituzaingó e hincha de Vélez, rebusca papeles en su oficina junto a Lucas Demaría, funcionario de carrera, actual militante de Milei. En un bibliorato -hermosa palabra- de “Notas generales”, donde hay salutaciones y pedidos de banderas argentinas por parte de colegios paceñios aparece una misiva de Terceros Lara dirigida al “excelentísimo” embajador Álvarez. Da las gracias por los 40.000 cartuchos AT12/70, los 23 gases lacrimógenos en spray y las 122 granadas de gas.
Ariel, disfrazado de detective, de zaguero implacable, ha encontrado la pepita de oro. Comienza a tirar del hilo. Va a recibir como respuesta un “dejáte de joder, Basteiro”. La frase viene del círculo de Normando, ministro ahora de Gobierno y Derechos Humanos de la provincia de Jujuy. El libreto tiene guiños de sarcasmo puro/duro. “Es la traición a un pueblo hermano”, dice Basteiro en su flamante libro “Radiografía de una canallada” (editorial Octubre, Buenos Aires, 2024).
Exterior día, barrio de Sopocachi, “flash black”, octubre de 2019. Miembros de la Agencia Federal de Inteligencia de Argentina coordinan con grupos de derecha y ultraderecha de Bolivia. El cónsul argentino en Santa Cruz, Roberto Dupuy, se reúne con Camacho. Este le anuncia la intervención de los militares y pide asilo ante un eventual fracaso de lo que él llama “futura insubordinación civil”.
La CIA ha subcontratado su labor de injerencia. Dos espías argentinos (José Sánchez y Raúl Estévez) persiguen/controlan a dirigentes del MAS y a diplomáticos cubanos, venezolanos y nicaragüenses. También buscan pruebas para vincular a funcionarios/militantes masistas con el narcotráfico. Lo hacen a pedido de la embajada de EE UU. Coordinan el “laburito” con los agentes gringos Rolf Olson y Annette Dorothy Blakeslee.
En sus informes (más de 450 cables enviados a Buenos Aires) apuntan los nombres de sus interlocutores: Albarracín, “Tuto” y Camacho. También desvelan los nombres de sus informantes: policías, referentes del empresariado boliviano, el general Willams Carlos Kalimán Romero y Vladimir Yuri Calderon Mariscal, comandante general de la Policía. “Estos dos últimos, informantes o agentes de la CIA están prófugos. Nadie conoce su paradero. Seguramente vivirán en alguna ciudad fuera de Bolivia con identidad cambiada” (Basteiro dixit). El libreto es (también) una película de espías, al otro lado del telón del altiplano.
El embajador Normando cierra las puertas de su delegación diplomática a argentinos perseguidos por el gobierno de facto de Jeanine Áñez. El periodista/fotógrafo Fabián Restivo es uno de ellos. Terminará refugiado en la embajada española gracias a una gestión personal de Pablo Iglesias. La diputada Valeria Silva también recibirá una negativa a su petición de asilo.
Son las imágenes de un mal sueño, dice Basteiro que sigue hoy buscando la verdad para reparar el daño que la Argentina le hizo a Bolivia. Fue un nuevo “Plan Cóndor”; es el libreto de una película de canallas.
*Ricardo Bajo H. es crítico de cine.