Leila y Labayru

Esta nota se podría llamar “El sane-washing de Silvia Labayru”. La palabreja significa el acto de minimizar aspectos controversiales de una persona para hacerla parecer más aceptable. Es lo que hacen, por ejemplo, muchos colegas con Trump. En castellano: lavar la cara a alguien.
Leila Guerriero, la cronista argentina, ha escrito un libro (de 432 páginas) sobre Silvia Labayru, ex militante montonera, hija de una familia de militares, presa durante año y medio en la ESMA, donde fue víctima de abusos sexuales. Labayru es recordada —aún hoy en día— por haber sido “cómplice” de Alfredo Astiz cuando ambos se infiltraron en la organización de las Madres de Plaza de Mayo; operativo que terminó con tres Madres y dos monjas francesas desaparecidas.
Labayru, acusada de traición y odiada, exiliada en España, habla por primera vez con una periodista, periodista que prácticamente no toca “el” tema en más de 432 páginas. “La llamada”, que así se llama el libro, es una operación de limpieza, de “sane-washing”. También es la reconstrucción (fruto de un gran laburo de investigación) de un fresco de época, tiempos duros donde el pellejo se arriesgaba sin esperar nada a cambio.
“La llamada” es, en realidad, la historia de un viejo/primer amor que tarda décadas en llegar a buen puerto. Aunque la autora diga con la “modestia” que la caracteriza que el libro es “el retrato de una mujer. Un intento”. Un intento lento/lerdo, repetitivo y cansino. Tramposo.
Esta nota se podría llamar “Leila, un trío”. La cronista se coloca como protagonista y cuenta la particular historia de la perfilada junto a su actual pareja, Hugo, personaje que no está muy de acuerdo con la propia idea del libro, personaje que por supuesto sufrirá los varapalos correspondientes. ¿De verdad importa al lector si la autora sufre de dolores de rodilla por salir a trotar? ¿De verdad tenemos que saber que solo toma agua con gas? El exceso de “yoismo” arruina una buena narración. Siempre.
Esta nota se podría llamar “El método Leila”. Guerriero confiesa que se entera de su biografiada leyendo la edición dominical en papel del periódico Página/12 en marzo de 2021. Contacta con Labayru a través de amigos en común y pone sus condiciones: “¿Puedo leer lo que escribas antes de que se publique? No. ¿Entonces puedo grabar las conversaciones que tengamos? Si”. Luego vendrá un año y siete meses de charlas.
Una de las primeras frases que delimita las líneas por las cuales va a transcurrir la charla/río es esta: “Menos mal que no ganamos”. Se repetirá como mantra, como ese cántico escolar en latín que abre/cierra el libro. La otra es esta: “yo no era peronista ni cuando era montonera”.
Labayru es del Real Madrid, aunque antes era del Barsa. Se pasó (otra vez) al equipo blanco después de un gol de Zidane; su hijo era compañero escolar de su hijo y a veces lo veía a la salida del colegio. Quizás esto lo explique todo y no haga falta más de 400 páginas. Sería la historia de una traición pequeña.
Esta nota se podría llamar también “Leila no melonea”. El verbo “melonear” ya no se usa. En los 60 significaba convencer. Leila no melonea. Labayru tampoco. Especialmente la primera cuando suelta frases como esta: “creo que nosotros en gran parte contribuimos a que viniera la represión; nuestra inmolación no sirvió para nada, sirvió para que la dictadura se perpetuara en el poder”. La culpa no fue del violador, es de lo corta que era la minifalda.
Leila toma notas de las cosas que hace antes de arrancar con sus entrevistas. En la página 111 nos cuenta todas las fechas de los encuentros en más de once líneas. A la mitad del libro llega el momento de la verdad. O eso intuye el lector.
La Guerriero trata de contactar en octubre de 2022 (más de un año después de arrancar con el libro) con “la señora Hebe de Bonafini” para la “contraparte” de la historia de las Madres/monjas asesinadas. Hebe fallece días después. Insiste e intenta con otras Madres. Respuesta seca: “ninguna está interesada en hablar de casos particulares como el de Silvia Labayru”. Vuelve a insistir y cita la infiltración de Astiz y la colaboración de Labayru. No obtiene respuesta. El tema no se vuelva a tocar.
“Muchas gracias Leila por lo que estás haciendo con mi madre”, dice que le dice el hijo de Labayru. “¿Qué estoy haciendo con tu madre?”, responde la escritora. Leila se autopercibe como la elegida. Luego escribe una cita que Labayru postea en Facebook: “No puedes volver atrás y cambiar el principio, pero puedes comenzar donde estás y cambiar el final”. Es de C.S. Lewis. Y luego remata: “sé que hay cosas que nunca me va a contar”. Es el método Leila en estado puro: ser más protagonista de lo que se debe.
Ricardo Bajo H. es lector.