Columnistas

Monday 10 Feb 2025 | Actualizado a 05:17 AM

Un hincha en la línea de cal

/ 30 de noviembre de 2024 / 06:02

La memorable escena de “El Secreto de sus ojos” (Juan José Campanella, Oscar a la mejor película extranjera 2009) basada en la novela de Eduardo Sacheri (La pregunta de sus ojos, 2003) explica la mentalidad del asesino de una mujer al que persiguen Benjamín (Ricardo Darín) y su ayudante Sandoval (Guillermo Francella). El autor del crimen es hincha de un club de fútbol y en ese contexto nos encontramos con la siguiente brillante conclusión: “¿Te das cuenta, Benjamín? El tipo puede cambiar de todo —le dice Sandoval, mientras se aproxima—: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar, Benjamín: no puede cambiar de pasión.”

Sandoval es un ayudante de juzgado presa de su afición por el alcohol que consume sin límites en un bar cualquiera de Buenos Aires, debilidad que no le impide desarrollar su lúcida capacidad deductiva y resulta que la pasión de la que habla se llama Racing Club de Avellaneda. De esta manera, Benjamín y Sandoval han detectado la pista perfecta que conducirá a atrapar al escurridizo asesino nada menos que divisándolo en la tribuna del estadio en el que está jugando el equipo de sus amores contra Huracán, esa pasión con la que un hincha de fútbol de pura cepa está dispuesto a ir hasta la tumba.

El asesino es de Racing, pero resulta que el actor que encarna a Sandoval es en la vida real también declarado hincha de la academia de Avellaneda, así como para los cultores de leyendas urbanas lo fue el Gral. Juan Domingo Perón, aunque la historia se encargó de aclarar que en realidad era de Boca, cosa que no impidió que el llamado Cilindro llevara el nombre del caudillo argentino que en su condición de presidente de la nación, fue el principal propulsor del estadio inaugurado el 03 de septiembre de 1950.

El fútbol es pasión en todas partes, pero en Argentina es un rasgo distintivo que se reconoce en sus impresionantes hinchadas que saltan y cantan durante los noventa minutos de cada partido. Se han erigido en una expresión socio cultural que ha llevado a muchos a concluir que no hay mejor público para cualquier espectáculo de muchedumbre en América Latina que el argentino y, en este caso, con el añadido de que la camiseta de la academia de Avellaneda que adoptó los colores de la enseña patria, sirvió de inspiración para que la selección nacional copiara el diseño albiceleste con franjas verticales. 

El recuerdo de la película de Campanella se conecta con la manera en que se comporta en la línea de cal, Diego Simeone, el Cholo, entrenador del Atlético de Madrid desde hace trece años. Grita, gesticula, se lleva las manos a la cabeza, putea al árbitro, festeja los goles como un descosido. Otra coincidencia: resulta que el Cholo Simeone terminó su carrera como futbolista en Racing (2006) e inició su andadura como técnico en el mismo club una semana después de haber colgado los botines.

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Pero si el Cholo es tan sanguíneo a la hora de saltar al Wanda Metropolitano para dirigir los partidos del Atlético de Madrid, Gustavo Costas ha superado en fervor y pulsaciones a todos sus colegas del planeta entero. Se para en la línea de cal, en el rectángulo previsto para uno de los entrenadores en el campo de juego, pero aguanta quieto apenas unos segundos, porque lo suyo es correr, gritar, saltar, taparse la cara cuando uno de los suyos no la emboca y extender los brazos con vista al cielo cuando Juan Fer Quintero, Adrián Maravilla Martínez, Gastón Martirena o Roger Martínez anotan. Costas es un hincha más que contagia a su equipo como una fiera suelta al borde del campo de juego. Vive los partidos como uno más de los racinguistas instalados en las tribunas. Su pasión —bendita pasión dirían los creyentes— emociona, contagia y confirma una autodefinición en que la euforia parece no conocer límites: “Primero soy de Racing, después soy argentino”, es decir la patria es la camiseta antes que la bandera.

Para poder darse la ilimitada licencia de ponerse en escena como el primer hincha del club (mascota, jugador, entrenador del club en distintos tiempos, toda una vida), Gustavo Costas tiene que ser tranquilo, cerebral y medido tal como lo atestiguan jugadores como Maximiliano Salas que cuentan lo distinto que se muestra en las prácticas durante la semana. Lo confirman sus hijos, Gustavo y Federico que forman parte del cuerpo técnico de la academia y subrayan que su padre es un profesional que trabaja la táctica con el rigor y la experiencia que le han dado los años dirigiendo en Paraguay, Ecuador, Colombia, Perú, Chile y Arabia Saudita.

En un video de principios de año, se escucha a Costas junto a su equipo de trabajo decir cómo y con quiénes jugará el equipo. Transcurridos diez meses, Racing jugó como lo había concebido su conductor y así acaba de ganar la Copa Sudamericana. Qué lección esclarecedora: Como el Sandoval de la película de Campanella hay que cultivar la pasión, pero para que esa pasión pueda desembocar en felicidad, pensar primero y hacer las pausas necesarias para las acciones futuras, son condiciones previas e imprescindibles. Pareciera que en Gustavo Costas, corazón y cabeza son una misma cosa.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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Ecuador, entre incertidumbre y esperanza

Esteban Ticona Alejo

/ 9 de febrero de 2025 / 00:29

Hace unos días tuve la oportunidad de viajar a Ecuador y a algunas ciudades como Quito y Salasaca. Haber vivido por varios años y en diferentes momentos, siempre le lleva a uno a recordar sobre varios momentos agradables. Volver a Quito, la capital del país, es casi siempre comparar lo que ves y lo que recuerdas. Por los años 80, algún amigo ecuatoriano me decía que Quito es como un chorizo, extendido de norte a sur, pero hoy se ensanchó también a los costados, haciendo una especie de embuchado y muy habitado.

Algunos referentes siguen primando como el famoso cerro de Pichincha, como el ruku y el wawa. Cómo no recordar cuando el avión aterrizaba al aeropuerto Mariscal Sucre, situado en el corazón del norte de la ciudad. Hoy hay otro aeropuerto, más al norte de la ciudad. Por el centro de la ciudad busqué algunas frases tan poéticas que solía escribirse en algún muro de la ciudad. Aunque al entrar a la ciudad decía “Bienvenidos a Quito arrecho”, no sé si es grosería, pero lo tomé como una broma de algún escritor callejero que adorna las calles de la ciudad. Me encantaba ir a las librerías sea de material nuevo o usados. La famosa librería Librimundi ya no se encuentra cerca de la avenida Amazonas, dicen que aún sobrevive en algún centro comercial de la urbe.

Fui al mirador más turístico de Quito, El Panecillo, que por los años 80 era un promontorio de tierra, pero hoy es un lugar muy agradable, lleno de quioscos con artesanías y comida. En la Plaza Grande, como se llama, donde está el poder político del Carondelet. Esta plaza siempre fue un lugar muy concurrido y lleno de gente, porque es el centro histórico de la ciudad y del país. Pero estaba muy resguardada de gran contingente militar y los quioscos con artesanía y cafés, situados debajo del Palacio cerrados. Supongo por razones de seguridad o para que no ingresen los manifestantes en contra del presidente Daniel Noboa. Pero al conversar con amigos y colegas, todos me manifestaron de cómo cambio el país, de una ciudad tranquila y muy acogedora a otra con mucho miedo e incertidumbre, sobre todo de los robos y asaltos que se ha hecho muy cotidianos.

En medio de esta incertidumbre social, está el proceso de elección para la Presidencia del país. Casi la veintena de candidatos para Presidente dan una señal de la profunda dispersión y atomización social que vive nuevamente Ecuador. No es extraño que los candidatos lleven un chaleco antibala y un policía muy bien armado a fin de resguardar su seguridad física, después de lo ocurrido hace algunos años con un candidato que fue muerto mediante un atentado.

De la multiplicidad de candidatos/tas, casi todos aseguran que no habrá un claro ganador y que habrá una segunda vuelta, posiblemente entre el actual presidente derechista Daniel Noboa y Luisa Gonzales, del ala del correísmo. Hay algunos candidatos quechuas, pero el más interesante es Leónidas Iza, pero muchos piensan que no obtendrá buena votación. El 9 de febrero, fecha de las elecciones aludidas, se sabrá de algún/a ganador/a.

Hasta hace poco, Quito sufrió 14 horas de corte de energía eléctrica, todos los días, y que puso en grandes dificultades al país, incluso con el cierre de fábricas, y es el recuerdo más penoso. A propósito, recuerdo que por los años 2000, el gobierno de entonces promocionaba que los ciudadanos consuman energía eléctrica mediante las cocinas eléctricas. Qué paradoja que, hoy, esa oferta masiva se haya transformado en la escasez extrema. ¿Qué paso? ¿Falta de previsión de políticas públicas? Me gustaría seguir contándoles otros aspectos de mi visita, como el municipio de Salasaca, aquella región a la que le dicen “bolivianos”. ¿Por qué? Sera en otro momento. Ecuador profundo aún sueña con la esperanza de días mejores, ojalá muy pronto. Wasitampiwa purt’awayta Ecuador markaru. Janikiwa suma sarnaqawixa utjkiti.

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Las primarias de Claure

José Luis Exeni Rodríguez

/ 9 de febrero de 2025 / 00:26

Según las encuestas de Claure, la mayoría de bolivianos apoya elecciones primarias para definir al candidato único de oposición. ¿Cómo serían tales primarias? Mediante una “súper encuesta”. ¡De Claure, por supuesto! El señor C sabe para quién trabaja.

En una reciente consulta, Claure preguntó qué tan probable es que los encuestados participen en primarias para elegir a un candidato “en contra del gobierno del MAS” (sic). El 64% dijo que probablemente votaría, aunque solo el 48% cree que será “bueno para Bolivia”. Hasta ahí todo bien. El problema surge cuando C malentiende el mecanismo.

Las primarias para elegir candidaturas son utilizadas en varios países como práctica de democracia interna en los partidos. En Bolivia fueron adoptadas en la Ley de Organizaciones Políticas de 2018, tuvieron malogrado estreno en 2019, se suprimieron en las elecciones de 2020 y fueron suspendidas excepcionalmente para este año. Por su naturaleza, contexto y tiempos, eran un estorbo.

Hoy vuelven a escena con el declarado propósito de forzar la unidad de la oposición. Vuelven con doble distorsión marca C. La primera es confundir elecciones primarias, mediante voto, con un estudio de opinión pública. Aunque el señor celeste ofrezca una encuesta de medio millón de casos, no es lo mismo. La segunda distorsión es suponer que el candidato único de oposición será elegido, en tal megaencuesta, por todos los habilitados en el padrón electoral. Gracias por participar.

Hay otro problema con cara de ingenuidad. ¿De verdad el “making Bolivia better” cree que la media docena de autoproclamados candidatos de oposición se unirán en torno a sus “primarias”? Desde hace dos décadas, la unidad opositora es una quimera. Y estos comicios no serán la excepción. Igual lo más penoso es la reciclada idea de que la solución pasa por el candidato-caudillo único. ¿Con qué visión de país?, ¿cuál programa de gobierno?, ¿qué principios? NS/NR.

Las encuestas de Claure son útiles y hasta simpáticas. Pese a su inclusión/exclusión discrecional de nombres y la lectura más bien flojita de los datos, aportan evidencia (precoz) sobre intención de voto. No está mal. Son solo encuestas, para enojo de candidatos perdedores, operadores mediáticos y diputados ignorantes.

El problema no son los porcentajes del señor C, sino sus apetencias. Jura que “Bolivia está enferma” (sic). Y se propone “salvarla”. ¿Desde dónde? “Yo represento el capitalismo y la derecha”, confiesa. Es tan demócrata, que amenaza con agarrar su pelota e irse del país si el MAS gana las elecciones. ¿Se entiende? ¡Nos dejará sin encuestas Panterra! Su parcela de Bolivia termina donde llegan sus inversiones. Gracias, pero no gracias.

FadoCracia posevista

1. En febrero de 2020 (“Fadocracia rehén”), parafraseando una expresión de Boaventura sobre Lula, escribí: “el posevismo y el evismo no pueden coexistir. De algún modo, el MAS-IPSP es rehén de Evo y Evo es rehén… de Evo”. 2. La pregunta era inevitable: “¿Podrá el MAS superar el evismo? ¿Lo hará sin dividirse?”. Hablaba del imprescindible desafío de renovación posevismo. 3. Claro que en ese momento no existía el factor Arce que, propiciado por Evo, llegó y operaron la implosión. 4. Cinco años después, Evo continúa siendo rehén de sí mismo y el proyecto plurinacional popular es rehén de su porfiada avidez por volver. 5. A la cuestión del posevismo hoy se suma el posarcismo. Ambos juegan ya no con fuego, sino con cenizas. 6. ¿Y la regeneración del instrumento político, del proyecto? Ahí está Andrónico que, en la crisis de 2019, lideró la resistencia y hoy (Bejarano dixit y suscribo) es la única oportunidad para el bloque popular. 7. Las dudas son de temporalidad y de inmolación: ¿en qué momento asumirán Evo que no corre y Lucho que no cuenta? ¿Hasta dónde llegarán en su faena de muerte cruzada? La historia, sea como tragedia, sea como farsa, no perdona.

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Cuidado con hacer de Andrónico otro caudillo

/ 8 de febrero de 2025 / 06:03

El caudillismo le ha costado a Bolivia la instalación de dictaduras militares durante 18 años, a partir de 1964, cuando el Gral. René Barrientos Ortuño derrocó a su presidente Víctor Paz Estenssoro, líder de la revolución del 52 que quería seguir y seguir en el poder, pero con una notable debilidad por los militares que le pagaron mal. Primero fue Barrientos, su vicepresidente, que le dio una primera patada en el traste, luego le tocó al Gral. Banzer que le dio una segunda patada en 1974, expulsando al MNR junto con la Falange de la estructura gubernamental dictatorial. A su vez, Banzer fue un caudillo uniformado (siete años de dictadura, tres de gobierno democrático) que lejos de haberlo divisado, se convirtió en el referente histórico ideológico para perpetrar el golpe de Estado de 2019. El último caudillo es Evo Morales, otro con vocación prorroguista y recibió, también una patada por la retaguardia por el Alto Mando, a la cabeza de los generales Kalimán y Terceros, a los que había mimado y privilegiado durante casi catorce años.

En plan autodestructivo —creía que eso le facilitaba un retorno exprés al poder— Morales ha logrado debilitar in extremis al gobierno de su propio candidato de 2020, Luis Arce Catacora, hasta el punto casi terminal de la destrucción del MAS-IPSP, que en marzo enfrentará el mayor desafío de su devenir partidario consistente en recoger del suelo los destrozos para intentar convertirlos en piezas de un nuevo puzzle, y así  generar una recomposición partidaria institucional que viabilice un binomio para las elecciones de 2025.

Luis Fernando Camacho, el principal paramilitar del golpe que llevó a Jeanine Áñéz a la presidencia, dice continuamente desde Chonchocoro que el MAS está acabado, que ya no tiene nada que ofrecerle al país, que ha destrozado la economía del país. Si fuera como dice el individuo que perpetró un golpe de Estado con la ayuda de su papá, no habría la mínima necesidad de pensar en una candidatura de unidad y tampoco en encuestas convertidas en primarias para decidir quién puede enfrentar al partido de gobierno que, con la interrupción de 2019-2020, lleva gobernando Bolivia durante dos décadas. Todos contra el MAS es la consigna y si así se tiene definido es porque cada uno por su cuenta, solita su alma, considera que no tiene con qué enfrentar al partido azul, independientemente de quienes vayan a ser sus candidatos.

El valiente del nuevo escenario parecía ser Manfred Reyes Villa que decidió llevar adelante su candidatura con su propio partido y sus propios candidatos a senadores y diputados, sin tratar de buscar alianzas forzadas que suelen servir para después, no para antes de las elecciones. Resulta que, en las últimas horas, el alcalde cochabambino ha anunciado que para hacer campaña no renunciará a su cargo, que sólo pedirá licencia. ¿Ya le llegó también a él el temor al monstruo masista?

En medio de este precipitado desmadre proselitista, en el que incluidos Branko Marinkovic y Chi Hyung Chung saben que sus techos en las preferencias están por llegar a su límite, emerge la figura de un campesino cocalero de nueva generación, algo así como un quechua-fashion que tiene la cabellera recortada y rapada a los lados cual si fuera futbolista de la Premier inglesa y que ha aparecido en vallas publicitarias con fotografía de vocalista cantamañanas, el hashtag “unidad ante todo” con un mensaje principal que dice “Andrónico bicentenario”, al que alguna mano invisible con conocimientos de estrategias de campaña está posicionando como el candidato no candidato. En esa ambigüedad, en esa indeterminación, si se quiere en la tibieza de sus maneras se está intentando instalar al presidente del Senado como la figura-bisagra para reunificar al MAS-IPSP y de esa manera agarrar vuelo hacia el 17 de agosto.

El diablo no sabe para quién trabaja. El caudillo Evo engendró a Andrónico al nombrarlo tercer hombre al comenzar la marcha del MAS el pasado año. Quería forzarlo a la arremetida para acortarle el mandato al presidente Arce y en ese momento el joven cocalero demostró que podía enojarse abandonando la travesía para no volver y afirmar categóricamente que no es ningún golpista. A partir de ese momento, el evismo se partió. Empezaron a surgir las voces de proclamación con “Andrónico presidente”, quien por ahora solo muestra astucia y les viene pegando por igual a Evo, del que no termina de destetarse al reafirmarse como orgánico, y al presidente Arce, para significar que él nada tiene que ver con el achacado fracaso gubernamental presente.

Si finalmente Andrónico Rodríguez termina convirtiéndose en opción electoral, optando el MAS por el mismo método de encumbramiento con el que se endiosó a Evo Morales, no nos quejemos: En la próxima década podríamos tener un nuevo caudillo que otra vez podría meternos en graves problemas de viabilidad política como en su momento lo hicieron Paz Estenssoro, Banzer y Evo Morales.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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Podría ser peor

/ 8 de febrero de 2025 / 06:00

Extraño inicio de año, el apocalipsis económico no llega, pero la inquietud y el malestar social se intensifican, todo parece desarreglado y decadente en nuestra cotidianidad, pero, al mismo tiempo, buscamos como adaptarnos al desorden y en muchos casos lo estamos logrando. El gobierno nos dice que “podría ser peor” intentando darle un tono épico a la frágil seudo estabilidad pre carnavalera del sálvese quien pueda que estamos viviendo.

El país no está explotando pese a la notable desorganización del sistema de precios, a la desintermediación formal de buena parte del mercado de divisas, al corralito de facto que sufren los ahorristas en dólares desde hace dos años y a una cotidianidad en la que una semana falta la gasolina y en unos y otros días aumenta el precio del arroz, el aceite, el pollo, el desodorante importado y en estas semanas la carne.

El espectáculo es ya previsible y conocido, algo sube o desaparece de los anaqueles, viceministros y jerarcas se rasgan las vestiduras, buscan al culpable, muestran los dientes, sacan algunos dólares o bolivianos del colchón para subvencionar o decir que lo harán, ponen un parche temporal, a veces logran bajar la fiebre, sin saber lo que todo eso puede provocar en el futuro. Por unos días se soluciona el despelote hasta que lo mismo se produce en otro mercado. Debe ser agotadora esa pega, porque además seguirá así y será aún peor a medida que se acumulan desequilibrios sin solución estructural.

Ciertamente, el contexto es complicado, la incertidumbre se extiende a nivel global y la política local sigue descompuesta, pero lo que el gobierno no dice ni quiere admitir es que ellos son actores de ese drama, no solo lo sufren, en muchos casos lo provocan.

El Congreso está bloqueado, por la lucha intestina del MAS y la irresponsabilidad de los opositores, pero en más de dos años, el oficialismo ha hecho poco para buscar un acuerdo mínimo, al contrario, ha exacerbado la soberbia, la incapacidad para dialogar y la falta de transparencia. Igual en el frente económico, los problemas son, por supuesto, de larga data y la coyuntura económica mundial mala, pero dos años de negación y medidas parciales, solo han agravado los desajustes, hoy es más difícil estabilizar que cuando todo empezó en enero 2023.

En pocas palabras, si bien “podríamos estar peor”, también podríamos estar mucho mejor si se hubiera tomado el toro por las astas y se hubiera gestionado la política económica y la política de otra forma. Esa intuición, sobre la falta de liderazgo y la irresponsabilidad, es la que lastra estructuralmente la imagen del gobierno, por eso el derrumbe de las expectativas sociales es más fuerte que la propia crisis real de la economía.

En medio de ese desaliento, aunque el precio del dólar paralelo está fluctuando en torno a 11 bolivianos desde octubre y la inflación alcanzó el 10% acumulado en el 2024, con aumentos en torno al 20% en bienes importados y alimentos, no se perciben aún indicios de una espiralización descontrolada de precios o desabastecimiento crónico.

En claro, estamos aún lejos de la hiperinflación venezolana o de nuestra UDP, nos parecemos más a la Argentina del último gobierno de Cristina Kirchner con su cepo cambiario, inflación elevada, crecimiento bajo e irregular y una lenta decadencia económica. En nuestro caso, además, con una sociedad mayoritariamente informal que se adapta ferozmente a la incertidumbre, aunque sufriendo pérdidas de bienestar significativas.

De hecho, en términos de percepciones, la situación se complicó recién a mediados del año pasado, cuando los precios y el abastecimiento empezaron a ser afectados. Durante casi año y medio, la escasez de dólares no generó inquietudes mayoritarias y las expectativas se deterioraban, pero lentamente. Había pues una oportunidad, tiempo y ánimo social, para actuar que se desaprovechó. 

Así pues, las experiencias y opiniones en torno a la crisis son más complejas que el discurso apocalíptico de los opositores o de victimización permanente del gobierno. Por eso, las narrativas político-electorales parecen a contracorriente de lo que la gente espera, son exageradas y por tanto poco creíbles. Entender esos matices será decisivo si se desea conectar y atraer votos en los próximos meses.

Obviamente, como nos dedicamos a sobrevivir, no hay tiempo ni ganas para intervenir en los líos de los políticos que solo hablan de sus problemas y en los que no confiamos. Por eso, la acción colectiva y la capacidad de movilización de los partidos parece débil en esta coyuntura, incluso en el caso de Evo Morales, pero, no hay que equivocarse, eso no significa que alguien este satisfecho.

Por eso, los desequilibrios no están tumbando al gobierno de Arce, como sus adversarios quisieran, porque ya casi nadie espera algo de ellos, su incompetencia es un dato, hay que vivir con eso. Paciencia, se dicen muchos, al final faltan meses para que se vayan. Mientras, no hay que agregar más joda al desbarajuste. Pero, cuidado que quieran prorrogarse.

Igual, las fuentes de incertidumbre son tan numerosas que es difícil afirmar que esta seudo estabilidad no desaparezca después de carnaval, seguiremos viviendo al día, sin perspectivas claras. Agosto sigue pareciendo lejano en estas tierras del señor.

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.

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Campañas fragmentadas, encuestas volátiles

/ 7 de febrero de 2025 / 06:00

Bien ha señalado el OEP hace unos días que se encuentra imposibilitado normativamente de constituirse en el actor ordenador de la avalancha de encuestas en la que nadamos desde que inició este año. Podríamos intentar señalar que particularmente en este proceso electoral el mercado de las encuestas ha acudido con demasiada prontitud a su encuentro con la conversación pública, pero sería incorrecto. No se trata de que particularmente sólo los estudios de opinión han acudido demasiado pronto a la escena electoral, pues se observa que lo mismo pasa con las campañas y es así también con las candidaturas.

Y es que la clave que une todos estos fenómenos que pasan simultáneamente y que pudieran parecer sorprendernos, en realidad no deberían hacerlo pues desde hace un par de décadas ya muchos estudiosos se han dedicado a señalar que los tiempos de la política han cambiado: son más veloces y más efímeros, lo que hace que los ciclos o periodos que la ordenaban sean casi sólo nominales en la actualidad. No sólo eso sino además que la comunicación (campañas) se ha fragmentado y los datos (encuestas) se han vuelto potencialmente volátiles. Son los nuevos códigos que signan la política electoral de hoy.

Así volátiles como se ven los prematuros datos también tienen distorsionados sus efectos en este momento pues están al servicio de las pugnas intestinas que se libran en los respectivos frentes políticos. Fuera de ello parecieran configurarse más como alimento cotidiano para nuestra emocionalidad política que como disparadores de preguntas que nos permitan entender, el “todo” boliviano que es cada vez más complejo. Sabemos que, en muchas ocasiones (algunas las hemos vivido), las encuestas se equivocan y actualmente atraviesan su propia crisis de credibilidad, pues en esta sociedad de la desconfianza tendemos más a creer que son herramientas de manipulación al servicio de actores políticos que insumos para explicar alguna realidad. En el mejor de los casos son un bien codiciado en tanto alimentan la escena electoral precisamente de manera anticipada, teniendo un efecto mayor sobre nuestro ánimo y el rompecabezas que está siendo la papeleta electoral que sobre los venideros resultados.

En lo que respecta a las campañas, estas tienden a ser continuas y fragmentadas, continuas en tanto no pueden darse el lujo de parar (por esto de la velocidad de la política) y fragmentadas en tanto deben parcelar el discurso para responder a públicos clasificados tribal e identitariamente. Cualquier insumo/mensaje de campaña va a ser útil siempre y cuando sea para hoy y ya no es importante si tiene coherencia con el todo discursivo, si es que lo hay. Y como, en términos de contenido, ya no se depositan recursos en mostrar lo que se es sino lo que no se es, se han vuelto importantes generadores de clivajes políticos más que de argumentos. Luego, se ve que lo que está ordenando la conversación pública en campaña es lo polémico y lo intrascendente que compite en agenda con lo serio y lo relevante. Y aunque esto último no es nuevo, está —otra vez— acelerado e intensificado, territorios digitales de por medio.

En suma, todo este escenario tiene más que ver más con las características de la política en el siglo XXI y en la Sociedad de la Desinformación, que con las condiciones peculiares de este proceso electoral (que existen). No podemos, entonces, declararnos sorprendidos por lo que presenciamos, sino que parece ser tiempo de gestionar este nuevo orden de cosas. El artículo 94 de la Ley del Régimen Electoral señala que los procesos electorales de mandato fijo deben ser convocadas “con una anticipación de por lo menos ciento cincuenta (150) días a la fecha” de la votación. ¿Qué impediría entonces que sean convocadas antes de ese plazo, dado que pareciera que vivimos en el país del panorama electoral permanente?

Verónica Rocha Fuentes es comunicadora. Twitter: @verokamchatka

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