Desinformación sintomática

Así como el año 2016, la palabra Posverdad ingresó a nuestro léxico para ponernos en sospecha de que el escenario informativo y comunicacional estaba muy por lejos de lo que ya teníamos dado por hecho y que un cambio profundo se gestaba desde entonces, en pleno 2024 (apenas 8 años después) estamos en condiciones de aseverar que así —con este paso acelerado— la Desinformación acude sin falta a ponerse en la órbita de los procesos políticos y, como no, los electorales.
A punta de Desinformación, en los últimos años, se han alcanzado bastantes objetivos políticos que han buscado diversos poderes (económicos, políticos y eclesiásticos, por mencionar algunos) y que han mermado muchos de los avances en ampliación de derechos que se han conseguido en varios lugares del mundo. Que, como señala el libro de Pablo Stefanoni, la derecha se haya apoderado de la rebeldía y que nuestras democracias se encuentren amenazadas (muchas veces desde el mismo poder político) responde a varios factores, pero una buena parte de ellos están vinculados con los procesos de Desinformación que se libran en esta gigante aldea global digital que habitamos más del 67% de la población mundial.
En esta cuarta edad de la Comunicación Política (atravesada completamente por la digitalidad) se mantiene la hipótesis de la existencia de una relación de co-dependencia entre el mundo informativo (que hoy es más que el periodístico) y el mundo político (también hoy superado por mucho por los partidos). Ese, es un dato viejo, manido y ya asimilado por la ciudadanía en pleno ya desde hace unas décadas.
Lo nuevo, tiene que ver con la hipótesis de que el dispositivo actual que vincula a la política “popular” con la información “predominante” es, hoy por hoy, la Desinformación. Y esta cualidad es la que la hace sintomática de esta época política. Ya que ese vínculo actualmente se encuentra en franco desequilibrio pues, al final del día, si bien la democracia y la política formal van perdiendo legitimidad, el periodismo y la información institucionalizada ya han perdido buena parte de su influencia.
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En consecuencia, si bien se trata de un fenómeno relacional y dinámico, el hecho de que estemos ante la tendencia de que la antipolítica sea cada vez más preferida por la ciudadanía como accionar ante lo público (baste ver, a nivel mundial, quiénes son los líderes modélicos que cautivan juventudes) distorsiona de manera profunda lo que, en términos políticos, puede ser informado por el periodismo, siendo que además ya influye menos que antes a la par que su consumo también disminuye.
Así, en el conglomerado de actores que comprenden que la Desinformación es problemática para la democracia, el periodismo se ha vuelto uno entre tantos otros, como ser también la ciudadanía. Y, la mala noticia, es que también componen ese complejo universo aquellos actores que tienen poder e intereses; y que muchas veces han vuelto parte de la neo práxis política operar narrativas (dar batallas políticas) a través de ella.
En Bolivia, a puertas de un importantísimo y desde ya incierto proceso electoral nacional que debe darnos el piso certero para caminar un proceso de resiliencia y restitución democrática, deberemos encontrar las maneras de gestionar con rapidez novedosas acciones de recuperación del campo político simultáneas a las de alfabetización digital, además de las de vigilancia ciudadana. Es decir, acciones que impidan (o cuando menos develen) las operaciones antipolíticas y desinformativas que puedan contaminar el escenario electoral buscando alcanzar objetivos electorales cortoplacistas en desmedro del deterioro democrático que le sigue.
Verónica Rocha Fuentes es comunicadora.