Columnistas

Friday 13 Dec 2024 | Actualizado a 22:23 PM

Lobo, lobo, ¿qué estás haciendo?

/ 23 de octubre de 2024 / 06:00

Aquel día que renunció, Iván Lima deslizó una advertencia muy inteligible: Ellos “han sido parte no solamente de destruir la inocencia de niñas y de familias, sino que les ha robado la inocencia (…). Lo van a entender y lo van a asumir en los próximos días”.

Lo hizo en plural para marear la perdiz. Sin embargo, lo sabemos, apuntó a Evo Morales.

Lima y Morales mantuvieron/mantienen una intensa trifulca verbal años después de que el último, siendo presidente del Estado, lo posesionara en 2014 como magistrado del Tribunal Supremo de Justicia. Mucha agua corrió bajo el puente.

Más o menos desde 2022, ambos contendores mantienen una lucha sin cuartel; uno propalando denuncias contra el abogado y su bufete, y otro promoviendo su versión sobre la “inhabilitación” del candidato presidencial. Detrás de Morales se alinearon contra Lima el entorno y su militancia.

En presencia del presidente Luis Arce, aquella noche, Lima desenvainó su investidura y decidió actuar “desde el llano” en su propósito.

Como anunció, en los “próximos días” se conoció el plan que —no sabemos si lo involucra— hizo que Morales trastabille políticamente. La Fiscalía de Tarija, en medio de un entredicho entre Sandra Gutiérrez y Juan Lanchipa, develó la apertura de un proceso penal contra el exmandatario, al que apuntó de posibles delitos de trata de personas y estupro por una supuesta relación con una adolescente en 2016, cuando aquel era presidente.

Lea también: La marcha, recuento de daños

Ahora el caso confronta al Movimiento Al Socialismo (MAS), causa indignación y reparos en ciertos segmentos sociales, y es comidilla de los medios de información en el país.

No es la primera vez que Morales está envuelto en un caso similar. La diferencia, ahora, es denunciado por sus propios correligionarios que antes lo defendían de escándalos parecidos, aunque una parte también guarda silencio a su favor.

Lima hizo la tarea.

Apareció por “última vez” el 29 de septiembre, cuando en una entrevista echó sombras sobre los procesos que se le siguen —uno con sentencia de 10 años de prisión— a Jeanine Áñez. Dijo que fue “capricho” de Morales el juicio por vía ordinaria contra la exmandataria. La develación fue corroborada por el mismo líder del MAS, que ahora alimenta los argumentos de la defensa de la otrora senadora, que ayudaron, en parte, a ser apartada del caso Golpe de Estado I, sobre los hechos precedentes al derrocamiento de Morales en 2019.

Menudo favor para desahuciar la posición que el MAS sostuvo antes de la llegada de Arce al poder sobre la ruptura constitucional de 2019, más allá de la realidad fáctica de entonces que la historia la tiene muy bien registrada, por más intentos políticos y mediáticos por desacreditarla.

Lima guarda silencio también.

En qué terminará todo este embrollo. Supimos que el exministro de Justicia debía denunciar a Morales a principios de año, pero fue impedido de hacerlo precisamente por su investidura. Sus compañeros del Gobierno lo frenaron porque, una acción así, lo convertiría en juez y parte, y afectaría a la administración del presidente Arce.

Afectado o no el gobierno de Arce, lo cierto es que este último capítulo de la miserable disputa del MAS se libra sobre el cuerpo de la mujer. Es el extremo de la lucha interna fratricida.

¿Qué vendrá después si ya vimos ese extremo? Lobo, lobo, ¿qué estás haciendo?

Rubén Atahuichi es periodista.

Comparte y opina:

¿La pelota no dobla?

Carlos Villagómez

/ 13 de diciembre de 2024 / 06:01

Como este medio es indisimuladamente tigre (les estamos soplando la nuca, ya viene la Navidad, etc.), declaro que soy del Bolívar desde siempre. Mario Mercado, en persona, le regaló una mini camiseta celeste a mi hijo y la depositó en su cuna. Mis nietos continúan esa pasión. Por todo ello, van tres reflexiones sobre los partidos políticos (de derecha, centro o de izquierda) y los clubes de fútbol; porque, a mi juicio, ambos son empresas privadas con importantísimos réditos.

Consulte: Un plátano y un locoto

1. Partidos políticos y clubes de fútbol deben crecer ganando adeptos; a los primeros se los llama militantes, a los segundos, hinchas. Cada cual manda sus mensajes y construye relatos para convencer al soberano. Están sometidos a poderes globales, ejemplo: los partidos al Grupo de Puebla, Cuba o Estados Unidos; y todos los clubes a la FIFA (el mayor poder global sin ética ni trasparencia). Las “empresas políticas” conforman su politburó (Estado Mayor del Pueblo, presídium y jefaturas que son los principales accionistas) y los clubes de fútbol, sus directorios. ¿Quién controla a ambos? Pues, nadie. Sus manejos quedan en un agujero negro interestelar. Con un golpe de suerte, ambas empresas son de las más rentables, aunque con una gran diferencia: los partidos políticos juegan con plata ajena (casi toda del Estado) y los clubes arriesgan sus capitales.

2. Bolívar decidió incorporarse al negocio global del fútbol. Ahora tiene planificación a futuro, obras visibles, academias, y un trato a los jugadores inigualable. Eso levantó sospechas porque sabemos cómo son las empresas del fútbol internacional. Pero, Bolívar está construyendo algo imprescindible en Bolivia: institucionalidad seria, estable y resiliente. Como eso levanta envidias, sus rivales de la Liga le juegan a la mala, al catenaccio, a tirar pelotazos a ver si algún defensa se equivoca o les regalan un penal; objetivo táctico: ganar al millonario como sea y a festejar como posesos.

En el ranking FIFA Conmebol, Bolívar está en el puesto 16. En el último clásico, la posesión de la pelota llegó a 72% de los celestes y 28% de los atigrados. En lo referido a la institución, pienso que Bolívar tiene 90% contra 10% de los otros equipos de la Liga. Por esa voluntad de jugar bien al fútbol, administrar empresarialmente desde Mercado a Claure, los celestes cumplen dignamente en el exterior, los equipos del ollazo son una lágrima.

3. Pero veamos el trasfondo. En política como en el fútbol estamos muy mal; pero, paradójicamente, los gremios de los politólogos y los periodistas deportivos crecen como hongos porque el vil metal necesita voceadores que amplifiquen el usufructo de nuestras pasiones. El dinero dobla a la pelota y tuerce ideologías mientras adormece al pueblo con perorata mediática.

Temas Relacionados

Comparte y opina:

Hay que votar

Verónica Rocha Fuentes

/ 13 de diciembre de 2024 / 06:00

El voto obligatorio puede devenir en un deber demasiado pesado de gestionar en este tiempo, sobre todo para una sociedad hastiada de una institucionalidad que funciona poco y a la que ya casi no se le cree nada. Habiendo pasado ya en 2011 y 2017, las elecciones judiciales llegaron a adquirir la característica de ser la votación en la que mayor cantidad de votos nulos y blancos se cuentan; y este rasgo, que ya caracteriza este tipo de elección, tiene que decirnos algo.

Lea: Desinformación sintomática

Y es que ya hace años la población viene protestando —voto mediante— por el desatino que significó la inserción de la modalidad de votación popular para la elección de autoridades judiciales. Y aunque es claro que hasta que no tengamos la oportunidad de hacer una reforma constitucional, hemos de estar inevitablemente sujetos a ella; también deberíamos tener claro que no hacer uso del único momento en el que la ciudadanía interviene en este proceso es un desperdicio. Y esto tiene que ver con la certeza de que el desacuerdo sobre estos procesos ya fue dicho y hoy se constituye en un sentido común: el país está de acuerdo en que las elecciones judiciales son un fracaso.

Bien sabemos que las de este 2024 no solo nacían ya resistidas y atrasadas, sino que buena parte de la institucionalidad a cargo de sacarla adelante logró lo que en inicio parecía imposible: incrementar esa resistencia en el camino. En el primer hito de su recorrido, en la Asamblea Legislativa Plurinacional, convergieron varios bloqueos que incluso hicieron dudar a la ciudadanía de su realización en un primer momento; tuvo que ser el Senado el que esbozara alguna salida, aunque luego la misma, por falta de postulantes, terminaría siendo riesgosa dejando abiertos algunos boquetes jurídicos para quienes desde un inicio no querían su realización. 

Luego, ya en manos del Órgano Electoral Plurinacional, el proceso también atravesó obstáculos que hicieron temer su no realización por vez segunda. En su buena fe de convertirse en el actor articulador de poderes, esta instancia terminó vencida por el suprapoder constitucional realmente existente hoy en Bolivia y ello devino en un importante golpe a su tan necesaria legitimidad. Además de ello, las oficiosas vocerías no oficiales que estuvieron en manos de algunos de sus miembros, solo desdibujaron el rol sobrio que podían cumplir en un proceso tan llevado a cuestas.

Ya en el último tramo del proceso —a vista de la ciudadanía plena— una buena parte de las y los candidatos se pasó por encima las normas establecidas haciendo campaña durante un proceso de difusión de méritos que no lo permitía, ensuciando más un debilitado proceso. Para la estocada final, bastaron las constantes impugnaciones hechas por candidatos que habían quedado fuera y que, entre otros, devino en el fallo que emitió el autoprorrogado Tribunal Constitucional Plurinacional que terminó fragmentando inéditamente el mencionado proceso electoral.

Contra viento y marea: así es cómo llegaremos a las urnas este domingo. Y aunque muchas voces convocan a anular el voto una vez más, lo cierto es que en tiempos en que se requiere restituir la magullada institucionalidad, suena a un contrasentido ser parte del sabotaje que ha enfrentado este proceso electoral.

No tanto porque se peque de ingenuidad y se crea que algo puede realmente cambiar en TCP y Órgano Judicial. Ni tampoco porque se genere algún tipo de complicidad con un TCP ilegítimo. Menos aún porque signifique estar de acuerdo con el mecanismo que eventualmente deberá cambiar. Sino, más bien, porque, en términos pragmáticos, los elijamos o no, las autoridades judiciales estarán ahí por los siguientes seis años y seguro es mejor tener al medio de ello a las y los contados buenos postulantes que se pierden en un conglomerado de malos pero que existen. El esfuerzo está en encontrarlos. Y votar.

Temas Relacionados

Comparte y opina:

Sistema

Una definición de sistema dice que es un conjunto organizado de elementos interrelacionados

Claudio Rossell Arce

/ 8 de diciembre de 2024 / 06:02

A menudo, cuando se busca comprender la ineficacia, o, peor, la maldad de las instituciones sin rostro visible, pero con efectos en la vida cotidiana, la respuesta fácil está en decir que “es el sistema”, y, en efecto, es probable que sea correcta. No importa si se trata de una respuesta institucional, como una fría carta, o un individuo que porta las credenciales, y los hábitos, de la organización, siempre es el sistema que se manifiesta de maneras diversas, pero aparentemente opuestas al interés del individuo.

Una definición básica de sistema dice que es un conjunto organizado de elementos interrelacionados que interactúan entre sí y con su entorno de manera coherente y estructurada, ya sea física, conceptual, social, económica o simbólicamente. Lo que le da sentido es su propósito de cumplir una función o alcanzar un objetivo dentro de un marco definido de reglas, dinámicas o principios, a menudo, en apariencia, inhumanos.

Consulte: Revolución

Sin embargo, no todos los sistemas cumplen con la definición: tómese por ejemplo el sistema solar, que es tal porque muchos cuerpos celestes orbitan (revolucionan, si se prefiere) en torno a una estrella. Al parecer, hay millones de esos en el Universo, aunque la pretensión humana reduzca este al conjunto de sus actividades, comenzando, por ejemplo, con concursos como el Miss Universo, en el que la ganadora siempre es una terrícola.

Otros sistemas, de presencia cada día mayor en la vida humana, son los informáticos, que incluyen los sistemas operativos, que mantienen funcionando el dispositivo que se emplea para leer, por ejemplo, este artículo; los que hacen funcionar la mítica world wide web, donde se encuentra este diario; y ni qué decir de los que hacen funcionar sofisticadas redes computacionales que posibilitan la inteligencia artificial generativa, que amenaza con reducir la inteligencia natural humana a su mínima expresión.

Hay sistemas de transportes, que se organizan con, sin o a pesar de la intervención estatal, como se puede ver en las ciudades de Bolivia, donde los gobiernos municipales sirven, a lo mucho, como el antagonista necesario para hacer funcionar el relato; las y los pasajeros son, en el mejor de los casos, extras que justifican la trama. Hay sistemas ecológicos, que todo el mundo dice apreciar, pero que casi nadie se atreve a proteger, sobre todo si aparecen como el obstáculo para la utopía del desarrollo.

Hay sistemas de educación, que en países como Bolivia dan pena, si no miedo, y que justifican ríos de tinta y horas de comentarios defendiendo su importancia y proponiendo soluciones, pero nada más, pues su éxito y desarrollo le quitarían eficacia a los discursos que amenazan con soles que se esconden y lunas que huyen. De los sistemas de salud también se dice mucho, pero se hace casi nada para mejorarlos; los mercaderes de la medicina lo agradecen mientras, satisfechos, cuentan su dinero.

Hay sistemas de justicia, que en la mayoría de los casos son todo lo contrario, y que funcionan como reloj suizo cuando se trata de favorecer intereses parciales o de impedir transformaciones estructurales que, tal vez, solo tal vez, los harían menos ineficientes y odiosos. Concomitantes con ellos son los sistemas políticos, que medran del estado de cosas, mientras sus agentes se llenan la boca con propuestas de transformación que apenas si sobreviven hasta el día de la elección.

También hay sistemas económicos, que funcionan muy bien en el papel o en delirantes conferencias de prensa, de las que se sale creyendo que el problema no está en los gobernantes, sino en la incapacidad de la gente para comprender las buenas intenciones de quienes toman las malas decisiones (o no toman ninguna, que también suele suceder). En ellos prosperan los sistemas financieros, con gran flexibilidad para adaptarse a toda clase de circunstancias y maximizar la ganancia de sus miembros, a cualquier costo.

Todo ellos, y muchos otros, forman el sistema social, en el que se aprende a vivir a pesar de las durezas, sinsentidos y abusos, atribuibles a la cultura, a las normas y a las instituciones, pero casi nunca a la naturaleza humana, como si no fuera esta el origen de todas las anteriores. Hace más de medio siglo que la filosofía mira con desconfianza a estos sistemas, y los opone al “mundo de la vida”, cada día más reducido, en nombre de valores abstractos y promesas imposibles de cumplir.

(*) Claudio Rossell Arce es profesional de la comunicación social

Temas Relacionados

Comparte y opina:

Si no lo sientes, no lo entiendes

Claudia Benavente

/ 8 de diciembre de 2024 / 06:01

Esto es sobre periodismo y fútbol. La Fundación Friedrich Ebert convocó a periodistas, comunicadores y afines al ala de los medios a un intercambio en torno al protagonista de los últimos tiempos: la desinformación como presencia perturbadora. Para disparar el diálogo, los investigadores Omar Rincón y Ester Borges plantearon un par de problemáticas basadas en los peligros de la difusión de la información falsa, más en tiempos electorales y de eliminación de los adversarios. Varios estudios confirman que la gente ya no quiere ver noticias porque se habla de política. También porque periodistas y presentadores se han convertido, sin poder contenerse, en actores políticos que pelean, o creen dar pelea a los personajes de la política atacando a ciertas figuras desde los enfoques de sus noticias. Las balas y malas intenciones que buscan ocultarse detrás de las palabras. Ay, los titulares. Ay, los odios. Es tal el desmadre en el periodismo que hoy los especialistas hablan de la ruptura del pacto de la verdad, de la necesidad de un nuevo pacto democrático en el que los periodistas, a decir de Omar Rincón, no se crean actores políticos, vuelvan a hacer reportería, huyan de X, defiendan al periodismo. Hoy la gente confía mucho más en su familia que en los políticos o en los medios, nos cuenta Ester Borges.

Lea: Ser joven en la Bolivia de las filas

En efecto, en el país se puede hacer rápido la lista de los síntomas que arrinconan a informadores y empresas. Comencemos por la desaparición de la mediación periodística; las fuentes y la gente ya no necesitan de los medios tradicionales para comunicar. Sigamos con la probada falta de credibilidad en periódicos, radios y canales de televisión. Comentamos en este mismo espacio que encuestas de percepción en Bolivia revelan que la gente no confía en ellos, que creen que tienen una propia agenda política. La falta de confianza de grandes sectores ha puesto en una misma bolsa negra de plástico tanto a políticos como a periodistas o comunicadores. Podemos añadir, ya que estamos, que los anunciantes (estatales y privados) le han tomado la moral a las empresas periodísticas. Los señoritos anunciadores ya no ponen publicidad si se critica a YPFB y sus muchachos o al ministro perenganito; las empresas ya no quieren un espacio destinado a la publicidad como Dios manda, sino “una noticia positiva” que navegue en el conjunto de las informaciones. Muchas fuentes aceptan entrevistas “por correo electrónico”, o sea, “me mandan las preguntas y al día siguiente mando, por escrito, las respuestas”. En serio. Rematemos con la constatación de que hasta el cordón emocional está a punto de quebrarse entre las audiencias y los medios. Con todo esto, llamen a la ambulancia o pidan cita con el psicoanalista.

Si logramos que el periodismo actual se recueste sobre el diván, de repente se le podrá explicar con calma que el involucramiento político y la obsesión de los periodistas dejaron entrar la mazamorra a la casa de la información, de los datos. Habrá que asumir también que, a pesar de hablar tanto de los efectos de la omnipresencia digital, no se logra salir de la perplejidad frente a las nuevas formas de las pantallas de bolsillo. Después de la sesión psicoanalítica, propietarios y periodistas recibiremos con las dos manos una palabra de aliento para seguir en medio de la crisis económica y de la precariedad de las condiciones laborales de los trabajadores.

Comprender la actual noche para esta A periodista es como comprender el cielo encapotado del club atigrado de mi corazón: ¿Qué explica este vértigo en cada partido? ¿Que no sepan acomodar al zurdo de Chura? ¿Qué la entrega tan completa de Viscarra no permita sacar brillo a la confianza en Johan Gutiérrez frente al arco? ¿Que la hinchada no sea más comprensiva? ¿Que la dirigencia no salga de sus mezquindades? ¿Que el nabo del director técnico haya estado tan ausente y sea tan frío con todos? Como dijo el periodista Ricardo Bajo, es todo al mismo tiempo. Para las y los que no entiendan por qué me fui de la cobertura periodística a la cancha: porque es la misma impotencia. Es la periodista que pese a tanto en contra quiere seguir siendo periodista; es la stronguista que, con tanta falta de ternura con esos chicos en la cancha, sostiene más que nunca al Tigre que no sabe de rendirse. “Si no lo sientes, no lo entiendes”.

(*) Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista

Temas Relacionados

Comparte y opina:

La fundación del ‘racismo científico’ en Bolivia

Fernando Molina

/ 8 de diciembre de 2024 / 06:00

En la “Introducción” a su Catálogo del archivo de Mojos (1888), Gabriel René Moreno, “príncipe de las letras” e historiador insigne, afirmaba que este archivo era especialmente valioso porque hablaba de un experimento social que “interesa[ba] a la vez a la etnología, a la fisiología y a la demografía”. Dicho experimento probaba —conforme a la ciencia positiva y como si se hubiera realizado en un laboratorio— una hipótesis que entonces compartían las mencionadas disciplinas: la hipótesis del determinismo racial.

El archivo registraba la correspondencia burocrática en torno a la administración de Mojos (hoy Beni) durante el “Extrañamiento” o expulsión, en 1776, de los jesuitas que habían manejado esta región y su sustitución por curas del Obispado de Santa Cruz. El experimento social e histórico al que aludía, según Moreno, era más amplio: se había realizado antes y después del Extrañamiento en varias etapas de creciente complejidad.

Revise también: Los hombres y las mujeres que no se rindieron

Primero, desde la década de 1680 y por un siglo, los jesuitas habían reducido a pueblos indígenas habituados a vivir a salto de mata en la selva, dentro de misiones agrícolas y manufactureras bien ordenadas en las que la propiedad era común, se cumplían rigurosas normas morales y todos distribuían su tiempo entre el trabajo manual, la oración y el arte. De este modo, habían mantenido a los mojeños apartados de las normas modernizadoras que comenzaron a aplicarse en los reinos americanos a la llegada de la dinastía borbónica al poder metropolitano (1700), medidas que buscaban —sin lograrlo— convertir a criollos e indígenas en súbditos plenos de una monarquía absoluta.

Los jesuitas habían intentado construir el paraíso terrenal, inaugurando una tradición política que se desarrollaría y adquiriría enorme importancia en los siglos venideros. Sin embargo, su voluntarismo político no fue criticado más que tangencialmente como justificación de la dramática proscripción que Carlos III les aplicaba. Más bien se argumentó que no habían logrado inculcar a los indígenas un verdadero sentimiento cristiano; que sus misionarios se limitaban a acatar una ritualidad vacía de contenido; por ejemplo, flagelándose a sí mismos de forma mecánica; que sentían miedo del infierno y el diablo como antes habían temido a los seres oscuros del bosque; que en Jesús y los santos encontraban únicamente una promesa de placer, tranquilidad y afecto.

Entrando en este debate un siglo después con la intención de usar armas ideológicas modernas en él, Moreno afirmaba que nada más podía habérsele pedido a la Compañía de Jesús, ya que era imposible que la raza con la que había interactuado pudiera haber llegado a niveles más avanzados de espiritualidad: “Si algunas ráfagas de piedad luminosa había de producir la mente estrecha de estos indios, tenían ellas que ser proyecciones racionales o sentimentales provocadas por medio de todos los aparatos de los sentidos. Un cerebro mojeño primero estallaría como una bomba Orsini, antes que comprender ápice de esa sencillez suavísima y penetrante que se titula Introducción a la vida devota, por San Francisco de Sales”.

Moreno simpatizaba con los indígenas del oriente boliviano como un adulto simpatiza con los niños, con los cuales los comparó varias veces. Formaban, decía, “una sociedad sencilla, infantil, inocentona, pero en todo y por todo muy vecina de la ciega y carnal barbarie”. Así que encontraba natural que se los colocara en el último nivel de la jerarquía social del Virreinato, “vista su inferioridad respecto de la raza incásica”. De ahí que, después del Extrañamiento, y hasta 1810, el poder de Chuquisaca tratara de sustituir la tutela jesuítica de Mojos por la tutela, que al final resultaría venal y lasciva, de los curas del Obispado de Santa Cruz. No había otras posibilidades. Había que tener a los indígenas sofrenados por medio de supersticiones y ritos. “El largo uso acredita que freno y bocado eran propios de [esta] caballería”, metaforiza Moreno. Infierno o “cara de Cristo” en la otra vida, y culto y cilicios en esta, “constituyen el máximum que del espíritu del cristianismo puede ser desprendido del foco en obsequio del hombre negro y el hombre amarillo. El cristianismo, el pleno cristianismo, es solo para los blancos. No se sienten bien ni se adaptan bien a él los inferiores”.

Se trataba, eso sí, de una estrategia transitoria, ya que el género humano debía terminar unificado “caucáseamente”; esto es, emerger blanco y europeo de la desaparición de los negros y los amarillos, cuya evolución quedaría trabada a causa de su inferioridad. Por lo menos esta era la posibilidad finalista. Entonces y solo entonces se cumpliría la profecía del triunfo completo y definitivo del cristianismo.

En tanto darwinista social, Moreno creía en la supervivencia del más apto. Siendo él mismo blanco, razonaba que su raza era más apta que las otras: la única en “estado de madurez; o sea [la] de mejor y más perfecto desarrollo”. Al mismo tiempo, como positivista que también era, tenía necesidad de justificar su aserto con un discurso basado en hechos y pruebas: “Nada de hipótesis ni de fábulas para este estudio, nada que el positivismo de la ciencia más experimental no pueda admitir hoy día”. De ahí su entusiasmo por la oportunidad de escudriñar en los papeles de Mojos: a través de los anales de esta experiencia se podía demostrar la cuestión de las superioridades e inferioridades raciales de manera incontrovertible. Al intentar hacerlo, Moreno fundaba el “racismo científico” o positivista en Bolivia.

(*) Fernando Molina es periodista

Temas Relacionados

Comparte y opina: