Ñoño
Es difícil encontrar el uso de la palabra en la literatura contemporánea en español.
Claudio Rossell Arce
La costumbre inducida por “las evidencias indiscutibles de la cultura de masas”, Jürgen dixit, hacen que la mayor parte de las personas imagine, de manera instantánea, la figura de un entonces obeso Edgar Vivar, actor mexicano que encarnaba al hijo del Sr. Barriga, en la serie de Roberto Gómez Bolaños, el Chespirito. Eso es un ñoño, en nombre, aspecto y actitud, pero no es la única manera de serlo.
El Diccionario dice que ñoño es aquello “soso, anodino, insulso, insípido, insustancial, simplón” o “apocado, timorato, pusilánime, amilanado”, y que cuando se aplica a una persona significa que es “sumamente apocada, encogida y de corto ingenio” o que ñoño equivale a “cursi, soso”. También dice el anciano libro de las palabras españolas que su origen puede estar en el latinajo ‘nonnus’, que significa anciano; seguramente, al convertirse algunas enes en eñes, la nueva palabra pasó a significar, “caduco, chocho”, hasta quedar en desuso, ¿o no?
Fuera del ya nombrado personaje de la televisión, es difícil encontrar el uso de la palabra en la literatura contemporánea en español, lo cual no significa que no lo haya. Los catálogos de mexicanismos señalan que, actualmente, “ñoño” se refiere a personas solemnes, conservadoras, incluso aburridas, aunque también puede tener un matiz afectuoso o infantil. También se ha dicho que ñoño puede aplicarse a cosas “sin gracia o verdadera belleza”. Extremando la metáfora de la TV, se puede añadir que ñoñas son las personas caprichosas.
Al combinar entre sí los diferentes significados del adjetivo, la tipificación se multiplica casi hasta el extremo de pensar que todo tiene un tinte de ñoño, o de ñoñez, desde el candor infantil, o, mejor dicho, pueril, hasta la majadería de quien se cree, o se sabe, dueño de privilegios, casi nunca merecidos. Por ejemplo, es ñoño, de televisión, el personaje de la inolvidable frase: “mi padre arregló con…”; también de ficción televisiva el otro, en otra circunstancia, explicando su “maniobra envolvente”.
Del autor: No
Ñoño, de periódico, el que, habiéndosele señalado un defecto, de obra, de carácter o de voluntad, lejos de argumentar a favor propio se enoja y afirma ¡tú también!, ¡y tus empleadores son unos tontos!; ñoñez aparte, que el tono provenga de quien se considera periodista “independiente” (“las comillas no son mías”). La pobreza argumentativa, de nuevo Jürgen, es un obstáculo para la acción comunicativa en un marco de racionalidad (utopía crítica, si el oxímoron resulta aceptable, como ninguna) y que permitiría construir un espacio público sano.
Ñoñez rima con ridiculez cuando, por ejemplo, el dirigente gremial anuncia bloqueo de calles contra el incremento de precios de los productos que su “familia gremial” vende en el mercado, callejero o no; ñoña sería la respuesta si, cumpliendo la demanda de los comerciantes hoy movilizados, se aplicara control de precios, provocando de manera inmediata otro bloqueo contra esa restricción a la libertad. Ñoñez total, en el mismo sentido, la de quien hace semanas bloqueó carreteras, impidiendo el paso de camiones cisterna cargados de combustible, en protesta por la falta de diésel.
Ñoñez arrogante la de quien se atribuye de manera exclusiva la representación de lo popular, de quien se llama sí mismo líder de los humildes, pero se exhibe con arrogancia, mostrando delirios de jefazo con demasiados años de adulación, o, mejor dicho, ‘llunk’erío’. Misma ñoñez la de quien se muestra humilde y compungido ante las cámaras, pero luego hace y deja hacer (“y de tantas maneras”, Manolo Otero dixit). Ñoñez de manual, la de quien vive rodeado de libros, y doblemente ñoño por despreciar, con razones ideológicas, a los vecinos del barrio donde libremente eligió vivir. Ñoño total, quien le hace el aguante a un líder en nombre de los viejos tiempos, de los viejos sueños, hoy convertidos en pesadillas. Ñoño, quien revisa el manual antes de responder, sin preocuparse de si lo que dice es coherente o no.
Ñoños, así, los tiempos que vivimos (y ñoño quien no cree que siempre fue así). Ñoño, quien se dé por aludido.
*Claudio Rossell es profesional de la comunicación social