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Sunday 30 Jun 2024 | Actualizado a 07:45 AM

Minería e industrialización (parte I)

La premura por resultados del actual modelo político impide seguir el protocolo técnico necesario.

/ 9 de junio de 2017 / 04:12

Cada vez que se habla sobre industrializar nuestra producción minera, entrar en el mercado de productos acabados y dar ese pasito mágico pero difícil, una tensión involuntaria produce desazón y abundan comentarios de expertos sobre lo mal que van los intentos de dar ese salto cualitativo. No es que sea pesimista (o un optimista bien informado, como dirían algunos), pero evidentemente las cosas no andan bien.

A diario, la prensa tradicional y las redes sociales registran declaraciones de todo tipo: que el costo de producción de la planta de urea de Bulo Bulo es superior al precio de este producto en mercados de ultramar; que el proyecto siderúrgico del Mutún no tiene un avance que pueda indicar la posibilidad de su concreción en el mediano plazo por razones de infraestructura de transporte y energética; que las refinerías de zinc son un cuento en tanto no se tenga un adecuado planeamiento de suministro de materia prima; que el nuevo ingenio de Huanuni, con capacidad para tratar 3.000 toneladas de concentrados de estaño al día, es otro cuento por la esmirriada potencialidad de nuevas reservas en el distrito y los problemas de agua y dique de colas no previstos en su oportunidad; que el proyecto de litio y potasio del Salar de Uyuni no puede avanzar más allá del pilotaje y el diseño de la planta industrial por causas que se guardan en el más cerrado hermetismo; y podemos seguir.

No soy afecto al facilismo de tomar partido por estas afirmaciones ni de tratar de justificar lo contrario; no me incumbe y tampoco es mi intención hacerlo. Lo real es que en la década precedente se desenterraron proyectos y sueños de grandeza por diseñadores, planificadores y operadores imbuidos de un  impulso hormonal e instinto político, que desconocieron el protocolo técnico y la investigación previa, aspectos clave en este negocio que se llama minería, así como también de su horizonte inmediato: la industrialización de sus productos. He opinado por años sobre el tema y he recopilado ese trabajo en la segunda edición de mi libro De oro, plata y estaño, ensayos sobre la minería nacional (Plural Editores, 2017) al que el investigador acucioso puede remitirse; deseo resaltar algunas pautas generales del libro y del análisis de la realidad que hoy vive el sector minero.

i) Las medidas políticas antisistémicas del actual Gobierno se han trasladado a la planificación sectorial; se renacionalizaron los hidrocarburos y algunas operaciones mineras; y se constituyó un portafolio de proyectos con base en estas unidades sin tener en cuenta las peculiaridades de cada una de ellas. En el caso minero (v.g. Huanuni, Colquiri y Vinto) no se tomó en cuenta la declinación de reservas de Huanuni ni el hecho de que estas tres unidades se planificaron como un “combo” a ser operado por una empresa privada de escala media y de gran rendimiento. Lo cual es diferente a operarlas como unidades aisladas con sus problemas particulares de supernumerarios, cooperativistas y de actualización tecnológica.

ii) No se evaluaron algunos viejos proyectos como Corocoro y el Mutún antes de incluirlos en el portafolio de nuevos proyectos. Corocoro ya registró un fracaso en los años 80 como proyecto de open pit, y el Mutún ya en el pasado no atraía inversionistas pese a su potencial por su ubicación geográfica, las leyes marginales del mineral de hierro y la falta de infraestructura y energía.

iii) La premura por resultados del actual modelo político no ha permitido seguir el protocolo técnico necesario; por ejemplo, no se conocen los costos unitarios de la producción de sales en Uyuni, y recién se los va a calcular para el diseño de la planta. Para un proyecto que superará los 700 millones de dólares de inversión, ya deberíamos saber si la producción va a ser competitiva o no (continuará).

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Entre el Mercosur y los BRICS+

/ 30 de junio de 2024 / 00:08

En vista de la próxima Cumbre de Jefes de Estado del Mercosur, que se llevará a cabo entre el 4 y el 8 de julio en Asunción, y de la solicitud de admisión de Bolivia en el Grupo BRICS+, que ha plateado hace pocas semanas el presidente Luis Arce, conviene examinar cuál de las opciones es la que más le conviene al país a largo plazo.

La dimensión del mercado interno de Bolivia no es suficiente para el establecimiento de industrias competitivas que contribuyan a la transformación de la actual matriz primarioexportadora. Por este motivo, se requiere la incorporación del país a mecanismos de integración que proporcionen una ampliación efectiva del acceso de productos y servicios bolivianos al mercado ampliado, que es la única manera de pensar en una industrialización en serio.

Conviene señalar al respecto que el Mercosur tiene una población de 260 millones de personas, ubicadas en el vecindario próximo de América del Sur. El Grupo BRICS+, en cambio, contabiliza 3.500 millones de personas ubicadas al otro lado del mundo, excepto Brasil, por supuesto. El Grupo BRICS+ no es un mecanismo económico propiamente, sino de naturaleza geopolítica, interesado en la transición global hacia un orden internacional multipolar.

La China lideriza el Grupo BRICS+ mediante sus grandes iniciativas de infraestructura de la Franja y la Ruta. Por sí sola es la segunda potencia del mundo en términos de producción industrial e innovación tecnológica, especialmente en cuanto a los insumos de la transición tecnológica hacia las energías renovables. Su demanda de alimentos, energía y minerales es también enorme debido a la urbanización creciente de su población. En este sentido, las relaciones económicas de América del Sur con la China se asemejan al antiguo esquema de intercambio de manufacturas por materias primas entre los países de América Latina y los centros industriales, que prevaleció en la primera mitad del siglo pasado.

El marco actual de relaciones China-América Latina no resulta apropiado para que las economías latinoamericanas superen el actual estancamiento de su crecimiento. Es necesario por eso establecer una estrategia propia de América del Sur, que comprenda la incorporación creciente de valor agregado en las exportaciones hacia la China, y que además contribuya a la preservación de los sumideros de gases de efecto invernadero de la cuenca amazónica.

A tal efecto, se requiere por supuesto incrementar sustancialmente la capacidad negociadora de los países suramericanos, lo cual se cumpliría en gran medida con el fortalecimiento efectivo del Mercosur y la convergencia con los países de la Alianza del Pacífico.

En ese contexto, Bolivia podría plantear iniciativas destinadas a llevar a cabo negociaciones destinadas a la transformación de su modelo productivo y de empleo de tal manera que paulatinamente se cierren las brechas de desarrollo que caracterizan el rezago del país respecto de sus vecinos, lo que no solamente se refiere al nivel de su PIB per cápita y de su desarrollo humano, sino a todo el catálogo de indicadores de la competitividad de las economías. Por consiguiente, entre los compromisos de su incorporación al Mercosur, el país tendría que negociar su participación creciente en algunas cadenas regionales de valor, tales como la fabricación de vehículos eléctricos y otras. Cabría también plantear la constitución de un fondo de compensación para el apoyo a la mejora de la infraestructura física y tecnológica del país, como el que existe en la Unión Europea.

Dadas las insuficiencias institucionales del actual Gobierno para llevar adelante en simultáneo las necesarias negociaciones con el Grupo BRICS+ y con la adecuación a la normativa del Mercosur parece recomendable adoptar una ruta crítica que se afiance primero en el ámbito de América del Sur y luego reconsidere la conveniencia de participar en el Grupo BRICS+.

Horst Grebe es economista. 

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Chuquiago blues

/ 30 de junio de 2024 / 00:06

Siete de la mañana con 24 minutos. “Buenos días, querida Claudia. Comunicarte que Edgar nos dejó anoche”. Lo escribió Hellen, su warmi siempre amorosa. El resto de los minutos y de las horas de ese jueves de ceniza se hizo un nudo casi imposible de desatar. ¿Cómo se desenredan los recuerdos? ¿Cómo se ordena tanta risa? ¿Cómo se entiende que su voz no será más la misma? ¿Cómo es posible que el Chino Arandia ya no esté? La impotencia ante la ausencia física quiere escapar a través de una foto. Al llegar al periódico la encuentro: la imagen es de un viernes de Carnaval, Edgar fue convocado al programa Piedra, papel y tinta para hablar de los sentidos de la alegría y los excesos de este tiempo húmedo. Invitado y entrevistadora se han puesto sus trajes de pepino. La imagen ha congelado su ternura. La foto lo retrata de cuerpo entero: pepino paceño envuelto en serpentina y saberes cosechados en sus libros y en sus comprometidas observaciones de los mundos populares. “En carnaval he debido acabar tres pepinos”, dijo con firmeza y seriedad en aquella entrevista. Se entiende, entonces, la convicción y el cariño con los que pintó uno de sus cuadros más imantados: Miércoles de ceniza. Es el pepino después de la larga fiesta de la vida. Hoy se comprueba que ese pepino eterno es él, después de la celebración generosa que fue su vida presencial entre nosotros. “Adoro el carnaval porque es el festín existencial”, dijo en esa mañana que se acercaba al taypi.

Falta saber, solo por curiosidad, en qué momento el Chino Arandia da cuerpo a los trazos que lo definen como alguien irrepetible: ¿en el conventillo de la Genaro Sanjinés, jugando con los vecinos de su tanda, o en las clases nocturnas del colegio Ayacucho? ¿En la dureza de ser obrero de una imprenta o cuando comienza a pintar sabiendo que debía mantener a los suyos? ¿Cuando miró su título de antropólogo o cuando Banzer lo hizo tomar preso bajo su dictadura y destruyó su biblioteca personal? ¿Cuando se publicó su libro de poesía Chuquiago blues o cuando comenzó a investigar la religiosidad popular mirándose en un brillante espejo o en medio de sus cómplices, los Beneméritos de la utopía? ¿Cuando redujo su paleta a cinco colores para inaugurar sus propios pigmentos o cuando enseñó a esos jóvenes estudiantes que este viernes de agradecimiento llegaron con un par de flores a su velatorio en el Palacio Chico de la sede de gobierno? ¿Tendrá que ver el hecho de haber nacido en la Chuquiago Marka de 1950 o el haber hecho girar su matraca hasta el infinito? ¿Se graduó de “Edgar Arandia” cuando terminó de pintar ese pepino que hoy no deja de mirarnos mientras nos nubla su ausencia física o cuando la dictadura lo baleó?

Uno de sus amigos, Manuel Monroy Chazarreta se pregunta menos y responde más en un texto que se levantó como espuma de sus dedos: “Dicen que están llorando todas las ñatitas de la Jaén y las del cementerio más. Eso dicen. No saben pues, hermano Chino, que los has mamado, que estás colado para siempre en los pigmentos del amanecer, que te quedas para siempre rebotando de chuta cholero por cualquier fiesta del Altiplano”.

Y sí, me convenció el Papirri que este escribujante del goce, la belleza y la resistencia se quedará en la mirada de los llok’allas del Ayacucho, en los sueños de la gente pobre. Hoy miro nuevamente sus mundos en colores honestos y descubro que ni queriendo se irá de esta Bolivia mestiza que ha contemplado con lucidez, con compromiso, con ilusión.

Al final de esta semana de ceniza, Chino Arandia, nadie duda que las galerías de arte, tu oficina en ese Palacio Chico o en el Museo Nacional de Arte nunca pudieron competir con tus verdaderos y eternos hogares: la entrada de pepinos, el mercado abundante, el esplendor de la banda en el Gran Poder, el plato donde revienta la papa, donde se multiplican las habas y bendice el queso, los calores y colores en tus pinceles y lápices, los brazos leales de tus abuelos, las venas abiertas de tu Chuquiago Marka.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.

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El rugir de la democracia

/ 30 de junio de 2024 / 00:04

Una asonada, definida por un movimiento violento con un fin político, encaja perfectamente con los acontecimientos suscitados en la plaza Murillo, a la cabeza de un general delirante montado en una tanqueta y arremetiendo contra las puertas del Palacio Quemado, con un claro afán develado en sus declaraciones: hacerse con el poder. Esta asonada ha provocado una reacción de hastío del ciudadano común, quien después de sentir temor e incertidumbre se lanzó a las calles para poner de manifiesto su rechazo.

Para quienes hemos nacido en la última parte del siglo XX, hasta hace muy poco no habíamos experimentado el sentimiento que provoca un militar abalanzándose contra la institucionalidad, sin importarle nada más que investirse con el poder. Sin embargo, luego de la sorpresa de ver tanques y fusiles, algo empezó a agitarse en ese ciudadano, otro sentimiento, la irritación y el hastío al ver una máquina bélica, destinada a la defensa de nuestro país, golpear —literalmente— las puertas del poder democrático, eso fue lo que lo convocó a resistir la asonada.

Una multitud reunida frente a las tanquetas, la que no solamente sumaba funcionarios, representaba al ciudadano que no estaba dispuesto a dar crédito a quien en las puertas del Palacio Quemado pretendía sumar apoyo haciendo una abigarrada mezcla de promesas con arengas impregnadas de delirio e incoherencia. Representa también el hecho de que no estamos dispuestos a que nos pongan en orden a punta de bayoneta, sino que reclamamos la madurez de nuestra clase política para dejar de minar nuestro sistema democrático y lograr los consensos necesarios para proponer soluciones que mantengan los delirios alejados de los uniformes y las armas.

Ante todo esto, la reacción de Luis Arce —más allá de la acusación de histriónica que se le pueda hacer con mayor o menor fundamento— para mantener en marcha el sistema democrático y lanzarse a la jugada de proponer un jaque a la asonada nombrando un nuevo mando militar, aunque arriesgada, fue la acertada para dejar sentado que el espíritu de cuerpo de la mayoría de los militares se había mantenido incólume y que se condujo en consecuencia al reconocer al nuevo Alto Mando Militar del país.

De todo esto se llega a conclusiones que van más allá de los cuestionamientos que se puedan hacer sobre la autenticidad de los acontecimientos verificados. Primero, que las Fuerzas Armadas se deben a su pueblo y que no se encuentra en su misión el ejercicio del poder, mucho menos a costa de anular el sistema democrático del país; segundo, que el intento de una asonada es algo que no está dentro del imaginario de ningún ciudadano, sea funcionario público o no, que no es posible quitarle legitimidad a la multitud que se dio cita para rechazar un intento de alteración del orden democrático, y junto a esto, Arce ha anotado una importante batalla al dejar en claro el papel del Presidente constitucional como Capitán General de las Fuerzas Armadas del país, recordándoles su importante misión como protectores de la heredada patria.

Rafael Villarroel es economista.

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Barclays PLC y las políticas de Bolivia

Franklin Tintaya Vela

/ 29 de junio de 2024 / 03:22

La publicación efectuada por Barclays PLC, uno de los holdings financieros más sobresalientes a nivel internacional, destaca la promulgación de la Ley del Oro por parte del Gobierno y recomienda invertir en los bonos soberanos emitidos (bonos en dólares), enfatizando que dicho aspecto estabiliza las Reservas Internacionales Netas (RIN) como factor clave e importante.

Al respecto, se debe tomar en cuenta que esta evaluación “positiva” por parte de Barclays es un reconocimiento de las políticas económicas implementadas por las autoridades del país, enfocadas en los pilares constitucionales y en el marco del Modelo Económico Social Comunitario Productivo. La recomendación de comprar bonos resalta no solo la gestión efectiva en la estabilización de las RIN, sino también el impacto positivo de la Ley del Oro, diseñada para fortalecer las reservas mediante la compra y certificación del metal conforme a procedimientos establecidos por el Banco Central de Bolivia, en el marco de la política monetaria, resaltando la buena coordinación que se tiene junto a las políticas financieras a cargo de las otras entidades del Ejecutivo.

Es reconfortante saber que una entidad financiera que opera a nivel global como Barclays, valora y respalda las medidas adoptadas por Bolivia para asegurar su estabilidad económica. Este criterio emitido por la citada entidad, desde todo punto de vista debe dar confianza a las instituciones financieras, así como en todos sus otros mercados que forman parte del sistema financiero boliviano, aspecto que hace ver que se puede potencialmente atraer inversiones internacionales, lo cual es determinante para el desarrollo económico sostenido del Estado.

Por otra parte, la mención de que las políticas proactivas efectuadas por el Gobierno,  a través del BCB, están empezando a dar resultados tangibles, como se evidencia en la estabilización de las reservas desde septiembre de 2023, que subraya un progreso significativo, lo que significaría que se estaría marchando en la dirección correcta, y demuestra un enfoque estratégico y responsable hacia la gestión económica nacional, que es esencial para mantener la confianza de los mercados financieros nacionales e internacionales.

Por tanto, la valoración positiva y la recomendación de Barclays no solo valida las políticas económicas de Bolivia, sino que también sugiere un reconocimiento a nivel regional e internacional de los esfuerzos por fortalecer la estabilidad económica y mejorar las reservas internacionales. Este respaldo puede abrir nuevas oportunidades para nuestro país en los mercados financieros globales, promoviendo así un crecimiento económico más robusto y sostenible a largo plazo.

Es importante reconocer que toda política proactiva también requiere de un proceso paulatino, razón por la que el tema de la inyección de los dólares aún está en progreso, de la mano de las 10 medidas implantadas por el Gobierno; a pesar del contexto donde opinadores económicos generan inseguridad en la población, se evidencia que el Gobierno está tomando decisiones en pro del bienestar de la población.

Franklin Tintaya Vela es auditor financiero y abogado.

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Consecuencias

/ 29 de junio de 2024 / 03:18

Las señales se van acumulando y son cada día más grandes. La política está muy enferma, mientras la autoridad democrática se deteriora, monstruos de todo pelaje emergen del vacío. La sorpresiva y absurda insubordinación de una facción militar el miércoles, con todas sus inconsistencias y misterios, es una nueva muestra del gran desorden en el que parecemos haber entrado. 

A tono con este tiempo de fugacidades y emociones desatadas, todo fue rápido, grotesco, tragicómico, ultramediático, con toques de frivolidad y al mismo tiempo inquietante sobre el estado de la nación. Lo que vino después fue lo usual: una dirigencia empeñada en sus peleas pequeñas, medios y redes navegando entre la superficialidad, la ignorancia y la manipulación, todos con una notable incapacidad para entender lo que pasó y particularmente sus consecuencias.

Hay que comprender, por ejemplo, que el corazón del actual problema político no es tanto la acumulación del poder en pocas manos, sino su fragmentación e informalización al ritmo del derrumbe de la gobernabilidad hegemónica que brindó estabilidad al país por 20 años y la increíble erosión de la autoridad democrática y el control estatal al que nos conducen los errores del Gobierno y la pugna en el bloque oficialista.

Estamos ante un gobierno debilitado pero que se resiste a aceptar sus males y hacer algo realista para enfrentarlos. Mientras, se engaña a sí mismo con operaciones mediáticas que duran un tuit, ocurrencias varias, buenas ideas mal ejecutadas y que parece creer que su alianza frágil e instrumental con algunos operadores judiciales es suficiente para gobernar.

De hecho, en estos agitados días está malgastando una nueva oportunidad para dar un golpe de timón, realizando un profundo ajuste en su funcionamiento interno y buscando un acuerdo político mínimo que genere condiciones para llegar en calma a las elecciones de 2025. El rechazo generalizado de la dirigencia al esperpento del miércoles podía haber sido un paso de todos los actores hacia la sensatez.

Porque, la asonada de los pachajchos no parece haber sido una broma o una falsedad, como algunos tontos suponen porque no vieron muertos y mayores desgastes en la institucionalidad. Al contrario, muestra algo más problemático: en el vacío que se extiende, diversos grupos, con intereses particulares e incluso delincuenciales, se están reforzando, están infiltrando partes del Estado y, lo más grave, empiezan a actuar con mayor autonomía de los actores políticos y gubernamentales.

Por eso, no fue una insubordinación por ideología o fruto de una articulación de actores sociopolíticos en pugna por el sentido del Estado, sino una acción de una facción de forajidos defendiendo grotescamente no sé qué bajos intereses. Lo terrible, por tanto, es que semejante cosa y con esos protagonistas haya llegado hasta donde llegó.

Persistir en esa vía es la puerta al desorden crónico y a la intervención en el corazón del estado de poderes facticos informales e irregulares. La degradación de la casta judicial, representada por los autoprorrogados, es otra expresión de estos desajustes. Al inicio, quizás esos actores eran funcionales al poder político de turno, pero, en tiempos de crisis, se están desatando, transaccionando aún con la política, pero dándose cuenta que hay aún más poder a su disposición.

Por tanto, no subestimemos el actual escenario, todas estas son nuevas patologías que nos acompañaran por un largo tiempo. Son además la faceta oscura de una gran transformación del poder en Bolivia que ya es inevitable. El problema es que la política democrática y sus actuales actores no parecen darse cuenta de nada de esto, embebidos en su soberbia y mediocridad.

Por lo pronto, hay urgencia para contribuir en lo que sea necesario para que el gobierno de Arce complete su mandato constitucional y las elecciones del próximo año se realicen en condiciones razonables. Pero no nos equivoquemos, la tarea futura será inmensa, se trata de reinventar una gobernabilidad que refleje una nueva distribución del poder, lo que implica pactar, pero también restablecer autoridad estatal. No es tarde, pero ya no es tiempo de ingenuidades.

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.

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