Las señales se van acumulando y son cada día más grandes. La política está muy enferma, mientras la autoridad democrática se deteriora, monstruos de todo pelaje emergen del vacío. La sorpresiva y absurda insubordinación de una facción militar el miércoles, con todas sus inconsistencias y misterios, es una nueva muestra del gran desorden en el que parecemos haber entrado.
A tono con este tiempo de fugacidades y emociones desatadas, todo fue rápido, grotesco, tragicómico, ultramediático, con toques de frivolidad y al mismo tiempo inquietante sobre el estado de la nación. Lo que vino después fue lo usual: una dirigencia empeñada en sus peleas pequeñas, medios y redes navegando entre la superficialidad, la ignorancia y la manipulación, todos con una notable incapacidad para entender lo que pasó y particularmente sus consecuencias.
Hay que comprender, por ejemplo, que el corazón del actual problema político no es tanto la acumulación del poder en pocas manos, sino su fragmentación e informalización al ritmo del derrumbe de la gobernabilidad hegemónica que brindó estabilidad al país por 20 años y la increíble erosión de la autoridad democrática y el control estatal al que nos conducen los errores del Gobierno y la pugna en el bloque oficialista.
Estamos ante un gobierno debilitado pero que se resiste a aceptar sus males y hacer algo realista para enfrentarlos. Mientras, se engaña a sí mismo con operaciones mediáticas que duran un tuit, ocurrencias varias, buenas ideas mal ejecutadas y que parece creer que su alianza frágil e instrumental con algunos operadores judiciales es suficiente para gobernar.
De hecho, en estos agitados días está malgastando una nueva oportunidad para dar un golpe de timón, realizando un profundo ajuste en su funcionamiento interno y buscando un acuerdo político mínimo que genere condiciones para llegar en calma a las elecciones de 2025. El rechazo generalizado de la dirigencia al esperpento del miércoles podía haber sido un paso de todos los actores hacia la sensatez.
Porque, la asonada de los pachajchos no parece haber sido una broma o una falsedad, como algunos tontos suponen porque no vieron muertos y mayores desgastes en la institucionalidad. Al contrario, muestra algo más problemático: en el vacío que se extiende, diversos grupos, con intereses particulares e incluso delincuenciales, se están reforzando, están infiltrando partes del Estado y, lo más grave, empiezan a actuar con mayor autonomía de los actores políticos y gubernamentales.
Por eso, no fue una insubordinación por ideología o fruto de una articulación de actores sociopolíticos en pugna por el sentido del Estado, sino una acción de una facción de forajidos defendiendo grotescamente no sé qué bajos intereses. Lo terrible, por tanto, es que semejante cosa y con esos protagonistas haya llegado hasta donde llegó.
Persistir en esa vía es la puerta al desorden crónico y a la intervención en el corazón del estado de poderes facticos informales e irregulares. La degradación de la casta judicial, representada por los autoprorrogados, es otra expresión de estos desajustes. Al inicio, quizás esos actores eran funcionales al poder político de turno, pero, en tiempos de crisis, se están desatando, transaccionando aún con la política, pero dándose cuenta que hay aún más poder a su disposición.
Por tanto, no subestimemos el actual escenario, todas estas son nuevas patologías que nos acompañaran por un largo tiempo. Son además la faceta oscura de una gran transformación del poder en Bolivia que ya es inevitable. El problema es que la política democrática y sus actuales actores no parecen darse cuenta de nada de esto, embebidos en su soberbia y mediocridad.
Por lo pronto, hay urgencia para contribuir en lo que sea necesario para que el gobierno de Arce complete su mandato constitucional y las elecciones del próximo año se realicen en condiciones razonables. Pero no nos equivoquemos, la tarea futura será inmensa, se trata de reinventar una gobernabilidad que refleje una nueva distribución del poder, lo que implica pactar, pero también restablecer autoridad estatal. No es tarde, pero ya no es tiempo de ingenuidades.
Armando Ortuño Yáñez es investigador social.