Tu maldito perro interior
‘La batalla’ nos habla a todos, el público (activo) completa la obra. Los actores mueren un poco, nosotros también
(«A la estetización de la política respondemos con la politización del arte», Walter Benjamin)
Primer acto: estamos sentados en el pasillo/callejón de El Búnker. A la venta, anticuchos, flanes caseros, vino caliente, café y mates. La obra se llama La batalla del alemán Heiner Müller, adaptación libre de Marcelo Sosa. Sin previo aviso, Luis Caballero y Wenceslao Urquizo —que hasta hace un ratito estaban sirviendo corazones— arrancan con la obra. Somos una quincena de espectadores y hemos sido sorprendidos. No será la única vez. Urquizo y Caballero interpretan a dos hermanos. Uno es un traidor. Uno ha jugado con la sangre de los suyos. Se retan en medio del callejón mientras se escuchan gritos de la multitud: “No más muertes, no más muertes”. Retrocedemos a los días del último golpe.
Estamos otra vez en las calles. No será la única vez que los quince espectadores se sientan interpelados. Hemos regresado a la noche de los incendios. “¿Quién arrastra a quién?” Es la pregunta (entre muchas) que nos lanza la obra. Los que sumaron su granito de arena para el golpe fueron utilizados. “Donde hay un perro, hay un pellejo”. El hermano que no ha traicionado le dice al otro: Deja de ser un perro. ¿Se puede matar a un hermano?
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Tres encapuchados con megáfonos gritan consignas y reparten panfletos. “La verdad es siempre revolucionaria”, dice uno de ellos, citando a Lenin. Nos meten a la rápida en la sala de teatro. “Cuando el fascismo llegue, lo hará en nombre de la libertad”, dice uno de los alborotadores. Pienso en la Argentina de Milei.
Segundo acto: estamos en un búnker de Berlín. Delante de un nazi que está a punto de matarse. Hay una mesa, una radio, una linterna y una silla. Una lámpara, una botella de trago y un retrato de Hitler. Está todo oscuro. En la pared se proyectan sombras. El nazi lee la Biblia, un versículo sobre el mal, otro sobre Saulo perseguido. Habla con su esposa e hija, convertidas en muñecas. El nazi se para delante de los espectadores, se acomoda la corbata. Somos el espejo, él se mira en nosotros. ¿Seremos algún día como él?
“Queridas mías, pronto el enemigo llegará a la ciudad”. ¿Quién fue el enemigo en los días del golpe? ¿En qué lado de la barricada estabas tú? ¿Cuántos de tus amigos soltaron/liberaron a su “maldito perro interior”? La obra te obliga a tomar partido. El nazi mata a sus dos hijas. Y luego se ahorca. “Mejor muerto que rojo, mejor muerto que indio, mejor muerto que colla”. Son las últimas palabras del nazi, interpretado por Antonio Peredo González.
Tercer acto: salimos de la sala/búnker. Otra vez estamos afuera. Al fondo, hay una fogata. A su alrededor, cuatro hombres. Están bloqueando y pasan hambre. Pelean. Fueron noches de humo. Rabia y fuego. Días de miedo. La batalla interpela hasta los huesos, te sacude. El teatro, como memoria colectiva. El teatro, hurgando heridas, abriendo cicatrices que todavía no lo son pues no cerraron.
Cuarto acto: pasamos a la carpintería claustrofóbica del Búnker. Estamos ahora en Santa Cruz. Dos hombres apalean un saco. Son de la Unión Juvenil Cruceñista, “al servicio del cliente”. Los actores están entre nosotros. Nos chocan y empujan. Da miedo. Otra vez el miedo. Gritan y hacen chistes racistas. Es un pequeño infierno. “Mejor pardo que azul de campaña”. Una mujer (la actriz Vanesa Méndez) carnea trozos de chancho. Media ciudad se pasa el gatillo de mano en mano. «¿Mataste al colla?», pregunta. “La guerra es la guerra”, responden. Peredo deja la piel de sus personajes y sostiene entre el público un proyector. En el fondo del matadero vemos ciudades bombardeadas; vemos Gaza, vemos masacre. Son nuestras mismas matanzas, Sacaba y Senkata.
La mujer escucha disparos que vienen de la otra ciudad. «Eran ellos o nosotros», dice. Sale del matadero, enfila el pasillo y se marcha por la calle. Una cámara la sigue. Vemos las imágenes en la pared del fondo donde luego se proyectan los créditos. Suena una canción/samba feliz. Fundido en negro. Ha pasado una hora, ha pasado una vida delante de nuestros ojos. Han recorrido nuestros cuerpos dolores impronunciables.
Epílogo: La batalla es teatro vivo/político. Fragmentado/roto. No es un teatro banal/complaciente, es un teatro necesario/terrible. Crítico ante el avance de la ultraderecha. Provocador. Brechtiano. Es un collage de estilos, cuadros y texturas. Son personajes destruidos y/o espantados por el odio. Nos habla de creencias y consignas, de sacrificios y decepciones, de autoritarismo y racismo. De nuestros ogros internos, espejo de contradicciones. La batalla nos habla a todos, el público (activo) completa la obra. Los actores mueren un poco, nosotros también. Después de eso, solo llega el silencio, conspiración de los muertos.
(*) Ricardo Bajo está al otro lado del espejo