Oda a Ortega
Hoy rompo con mi estructura de cuento: introducción, nudo y desenlace. Hoy me olvido de los nubarrones que aparecieron esta tarde-noche sobre Miraflores, cual sombras malignas sobre el futuro inmediato del torneo.
Hoy quiero olvidarme de lo mal que juega el Tigre: ¿cuándo el “Pampa” se disfrazó de Díaz para convertir al guadinegro en un equipo “ratonero”? Hoy quiero hablar de una vieja figura que algunos han condenado a la extinción, como a las ballenas grises. Hoy vengo a hablar del ”fantasista”, del clásico enganche. Esto es una oda (pachanguera).
A primera hora de la tarde, charlo con Leitao en Villa Ingenio. “Thiago, ¿por qué te hiciste flamenguista habiendo nacido en Sao Paulo? Mi viejo es carioca y yo me enamoré del “Fla” viendo a Zico”. Dos sílabas. Un nombre y dos apellidos: Arthur Antunes Coimbra, un metro y setenta centrímetros. El “Pelé” blanco. Yo lo ví jugar a Zico con la diez en el Mundial de España 82. En Sarriá. Junto al barbudo Sócrates.
Bajo volando en el teleférico hasta Miraflores. El Tigre se va al descanso ganando dos a uno, jugando peor que el rival. Ortega ha marcado el segundo de penal. Mientras el “referí” chequea el VAR, el colombiano Michael (¿se llama así por Jordan?) agarra la pelota. Juega con ella durante cinco minutos. Se la pone junto a la cintura, como los cancheros del barrio. Marca como anotan los penales los que saben. Con esa seguridad que se tiene en el potrero: lo importante, muchachos, no es que ellos pierdan sino que nosotros ganemos. Eso parece decir cuando con los dos dedos índices señala al cielo que todavía no amenaza. Le saco una foto.
Ortega me recuerda a Zico, a la charla sobre Zico en El Alto. La jugada que va a hacer en la segunda parte, corriendo hacia la curva sur, me retrotrae al Diego. Michael Javier Ortega Dieppa, que debuta con 17 años en Deportivo Cali, en la capital de la salsa, está detenido como varita en la mitad. Es sabido que el enganche no defiende, ni siquiera corre (eso es para cobardes). Parte del círculo central. Tiene a dos zagueros vestidos de blanco. Encara a uno, se va de otro. Prost corre a su lado. Ni lo mira. Un “trescuartista” no presta nunca la pelota, es su amante. La fantasía ya está dibujada en su cabeza.
Es pura gambeta, la palabra más bella. Amaga, pisa el área. Ni siquiera va demasiado deprisa. No es Vinicius Junior, ni falta que hace. Cuando sale a achicar el arquero Franco, cuelga la pelota. Y ésta, mansa, besa la red. No es un gol, es una caricia para el sufrido “ajayu” stronguista. Me levanto de mi silla, aplaudo y me voy. Dicen que el enganche ha muerto. Es mentira. Los que tienen la capacidad de inventar no morirán nunca. (19/10/2022)